lunes, 10 de agosto de 2015

El bicho, las cholas y la polisemia [LXIX]

Azury Mendoza


         —Pásame el bicho, porfa.
         La frase generó un murmullo de risitas mal contenidas, y hasta un “¡upa, papá!” de lo más baboso y confianzudo que se regó, viscoso, por todo el salón de clases.  Hasta la monja perdió hábito, velo y unos 20 años, y por dos segundos se unió al rumor de risas de lo más antinatural en ella. Todo el cuadro hizo que me diera cuenta de algo: al venir de mí, era imposible saber a qué me refería cuando dejé caer esa frase así, con un candor que seguramente en otra de mis compañeras habría pasado sin pena ni gloria.
         A una tierna edad de camisa azul, ya me caracterizaban un desparpajo y una atorrancia que todavía me salen al paso sin mucho esfuerzo. Pero contrariamente a lo que pudiesen imaginar la hermana y mis compañeros, no había el mínimo atisbo de picardía en mi selección de palabras para referirme al abrehuecos. O sacabocados. (Sí, el bicho sigue picando y extendiéndose tantos años después).
         Lo que todos ignoraban era que en mi familia, aquel vocablo era una palabra genérica con la que se señalaba al objeto o persona de turno cuyo nombre se nos olvidaba: el televisor, un mosquito de guarapo, Rudy La Scala, cualquier rastrero temerario que se atreviera a ponerle sus patas al piso recién encerado, el vecino malasangre que nunca saludaba, y hasta la palita de los huevos ante la premura de una ñema chamuscada, todos podían ser bichos... No así las partes pudendas masculinas.
         Esto, por la simple razón de que mi familia materna viene de Barquisimeto, estado Lara; y allá a ese bicho le dicen las cholas (en plural y femenino, aunque sólo se estén refiriendo o a las esféricas, o al bicho, o a todo el perolero junto...). Por extensión, en mi muy capitalino hogar de los 90, a nuestras muy cómodas cholas petroleras (sandalias de plástico), le decíamos chanclas truncatura de chancletas, a modo de aclaratoria familiar y para confusión de mis vecinitas, quienes al final nunca entendieron por qué me privaba de risa cuando ellas decían que se iban a poner las cholas...
         En fin, retomando el asunto del bicho en mi camisa de bachillerato, aprendí vía troleo (o chalequeo, que resulta lo mismo pero más viejo) que, en español de Venezuela, el bicho tiene más acepciones y connotaciones que padrenuestros un rosario. Y que lo diga la hermana.
         Ya en la universidad, tuve la grata oportunidad de contrapuntear con mi siempre recordada Yajaira Arcas, en términos muy circunspectos, académicos y pertinentes a los propósitos de la carrera, el amplísimo campo semántico del bicho que a lo largo de los años fui compilando... Y ella, siempre sabia, sumaba connotaciones y saberes en una oportuna clase magistral sobre la polisemia del bicho que dejó bizcos a muchos de mis compañeros de entonces, porque muchos entendieron a qué me refería cuando decía que zutano o fulano era un rolo e mamachola...

azurybrian@gmail.com




Año III / Nº LXIX / 10 de agosto del 2015

1 comentario:

  1. Es impresionante toda la polisemia que puede encontrarse dentro de los límites de un mismo país. Muy interesante el artículo ;)

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