lunes, 20 de noviembre de 2017

Estudiar, estudiando, estudiante [CLXXX]

Edgardo Malaver


Hace 60 años los estudiantes de la UCV se enfrentaron
a la policía de Pérez Jiménez



Que vivan los estudiantes,
jardín de nuestra alegría.

Violeta Parra

         Mañana es el Día del Estudiante en Venezuela. Como será el día en que más se repitan, en todo el año, las razones por las cuales se ha escogido el 21 de noviembre para celebrar a los jóvenes que dedican (o deberían dedicar) la mayor parte de su tiempo a entrenarse para ser más tarde los que, como dice Aquiles Nazoa, “van a coger por el mango la sartén”, al menos esta vez se me ocurre atraer la atención de los lectores de Ritos hacia la palabra estudiante y otras que comparten, o no comparten, rasgos con ella.
         Habría que comenzar diciendo que estudiante, aunque tenga apariencia y comportamiento de otros tipos de palabra, es el participio presente del verbo estudiar. ¿Participio presente? Sí. Siempre nos hablan del participio pasado, especialmente cuando aprendemos otro idioma, y nunca nos preguntamos si además de ese pasado hay uno que sea presente. Estudiar, naturalmente, tiene participio pasado y presente, que sería mejor llamar pasivo y activo. El pasivo, estudiado, toma parte en la formación de tiempos compuestos del verbo, como he estudiado tres lenguas y no sé cómo decir nada; el activo, mientras tanto, ha terminado adquiriendo conducta de adjetivo o de sustantivo. Uno puede decir, por ejemplo, el pobre animal estaba agonizante (adjetivo), y puede decir también el caminante (sustantivo) llegó sin problemas a la meta.
         Lo más sencillo que nos pueden mostrar, como “estrategia” para desenmascarar un participio activo, es que, cuando son sustantivos, son equivalentes a la fórmula “el que + vb. (pres.)”. Por ejemplo, el cantante es el que canta, el vigilante es el que vigila y, lógicamente, el estudiante es el que estudia. (Aquí casi no importan los otros verbos, ¿eh?, el que no estudia no es estudiante.)
         Uno aprende de niño esta especie de regla —gracias, maestra Josefina—, y sin darse cuenta se encuentra aplicándosela a todas las palabras que terminan así. Y por un rato, por unos días, la lengua se pliega y nos da ríos de participios activos en los que se cumple: caminante, inmigrante, tolerante, itinerante, pensante, amenazante, variante, delirante, vacilante, emocionante, celebrante; pero llega un momento en que comenzamos a tropezarnos con unos participios activos que son bien curiosos, casos que uno no piensa nunca como participios, pero lo son (y si estuviéramos conscientes de ello, quizá los utilizaríamos con más precisión): siguiente, obstante, bastante, teniente, corriente, recipiente, sextante, gigante, volante. Y luego también aparecen los casos en que quizá logremos identificar el verbo del cual proviene el participio pero no nos figuramos cómo éste llegó a significar lo que ahora significa: constante, insolente, tunante, indiferente, instante, caliente, consciente, eminente, docente, ingente.
         Todos estos fenómenos deben tener su explicación, pero son sobre todo los que parecen más extraños los que lo convierten a uno en estudiante: el que estudia, el que gusta de estudiar, el que aprovecha el estudio. De otra manera, quedaríamos como ese otro grupo de palabras que uno se imagina que simplemente tienen facha y no corazón de participio presente. ¿Qué significan, por ejemplo, diamante, elefante, nigromante? ¿El que diama, el que elefa, el que nigroma? ¿Y repente, elegante, galante, serpiente, accidente, clemente e incluso Vicente Dante?
         Yo, que en mi interior celebro el del Día del Estudiante como si tuviera 19 años, incluso desde aquella época apenas soy capaz de imaginar otra forma de disfrutar ese día que no sea observando, pensando, adivinando mi lengua y sus curvaturas, oliendo sus huellas en las palabras mías y en las ajenas, levantándole el maquillaje para oír la respiración de sus poros... que es mi manera de acariciarla y amarla.
         ¡Feliz día, muchachos!

emalaver@gmail.com





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