Edgardo Malaver
Doris Wells representa a Luz
Caraballo en 1975
Y esta semana me tocó a mí la loca Luz
Caraballo. Y a mí también, a menudo, me dan ganas de abrazar a esta mujer que
lo perdió todo, que incluso se perdió a sí misma. En su extravío, se parece a
todos nosotros, su caminar es el nuestro y la Venezuela que la agrede persigue
es la misma... todavía.
El tercer síndrome literario venezolano
que hemos identificado está basado, como ya adivinaron, en el poema “Palabreo
de la loca Luz Caraballo” (1936), de Andrés Eloy Blanco (1896-1955). El conocidísimo
poema, entre descripciones del solitario ambiente andino, de la pobreza y del
hambre, nos insinúa detalles de la historia de una mujer que lo ha perdido
todo. La soledad y privación de la protagonista son
producto de la pérdida y el dolor, del abandono de su marido y de la muerte de
sus hijos. Luz Caraballo camina por las montañas buscándolos, confundiéndolos
con sus ovejos, contando los luceros como si fueran niños.
Muchos nos aprendimos este poema en la
infancia por diferentes razones. Las mías, que ya he explicado en otros
artículos, pueden resumirse diciendo que de pequeño me memorizaba los poemas
para recitárselos a mi madre y que ella me abrazara.) De todas maneras, el ritmo
regularísimo del texto, su rima más bien bailarina, el muy habilidoso
desglosamiento del intertexto expreso al principio del texto —y no iba a hacerlo
ahora, pero hay que mencionar, también, el contrapunto matemático que surca
todo el poema entre el cinco y el diez, entre las manos y los pies, entre la
memoria y la locura, entre las estrellas y las montañas—, todos estos elementos
de fondo y de forma son inmensamente atractivos para mí. Y la historia del
doloroso amor de Luz Caraballo. Me intrigaba, sin tener conciencia de ello, esa
hermandad entre una historia tan triste y unas palabras tan melodiosas.
Y ahora, después de tanto tiempo, germina
en mi mente la idea de que Luz Caraballo y su soledad pueden representar a
todos esos sujetos que han sufrido las pérdidas más ensordecedoras y crueles de
la vida, una tras otra, sin piedad alguna de la vida ni las circunstancias, y,
“sin calor de nadie y sin consuelo”, como diría Miguel Hernández, gente que se
hallan acorralados en un mundo demasiado extenso, hostil a más no poder, despiadado
y sin posibilidad de una remota vuelta atrás. Estas personas, cuyas mentes se
dan por vencidas ante la masa incalculable del dolor, cuyas conciencias
terminan explotando de tanta avalancha que los entierra en el fondo, cuyos
corazones sucumben al abismo de tanto veneno que les inyecta la fatalidad...
esas personas sufren lo que podríamos llamar el síndrome de Luz Caraballo.
En los tiempos de la juventud de Andrés
Eloy Blanco debe haber perdido el juicio muchísima gente que se veía encerrada
en un país que sólo daba oportunidad a aquellos que bajaban la cabeza ante el gobierno
autoritario de Juan Vicente Gómez. Miles de madres como Luz perdieron a sus
hijos a manos de los torturadores de Gómez, miles vieron a sus maridos deteriorarse
paulatinamente y morir por causa de los trabajos forzados, miles los
despidieron en un puerto para no verlos nunca más. Muchísimas de ellas no
volvieron a recibir ni una sola carta, como Luz Caraballo.
El propio escritor y su familia, apenas
comenzó el siglo XX, habían sido “encerrados” en la isla de Margarita por la
oposición que el padre le hacía a la dictadura. Y de adulto, le tocó a él
escribir cartas a su novia desde La Rotunda. Y más tarde, desde la Seguridad Nacional,
a su esposa. Y más tarde, irse de Venezuela para no volver nunca más con vida.
Usted que está leyendo esta historia, ¿recuerda
algún lugar donde pueda haber aparecido alguna situación similar más recientemente?
Hambre, represión, desamparo, indefensión, persecución, cárcel, exilio,
ausencia, muerte. Qué difícil debe ser no volverse loco. Qué difícil debe ser
no adquirir el síndrome de Luz Caraballo.
En su severa soledad, a Luz Caraballo
la hemos perdido como una llama que se apaga. En la bruma que ha invadido su
mente, Luz Caraballo ya ni siquiera llora, apenas si recuerda... y cuenta, pero
cuenta, de cinco en cinco, astros del cielo.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLXXXIX / 2 de diciembre del 2024
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