Edgardo Malaver
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Escena de la representación de R.U.R. |
¿No es extraña la palabra robot? No, ya no, pero a los primeros hablantes del español que la oyeron, hace cien años... ciento cinco, ¿noventa y cinco?, deben haber pensado que les hablaban de un resorte. Robot, rebot, rebota, resorte. ¿No? Esta palabra apareció por primera vez en la obra de ciencia-ficción R.U.R. (1920), escrita por el checo Karel Capek (1890-1938). El autor tomó la palabra, que ahora nos parece que encaja tan bien, de su lengua materna. En checo, robota equivale a servidumbre, trabajo forzado, esclavitud, lo cual cuadra muy bien con el concepto de robot que en la actualidad tiene uno en la mente. Un detalle muy atractivo de R.U.R. (Robots Universales de Rossum, el nombre de la fábrica de robots donde se desarrolla la historia) es que se trata de una pieza de teatro y no de una novela, como uno tiende a imaginar al principio, y que los personajes mecánicos de la historia, desde el principio, están dotados de la capacidad de sentir dolor. Posiblemente este elemento y el hecho de que Capek intenta siempre profundizar en la actitud de sus personajes respecto a su destino (y aquí los pocos personajes humanos representan a la humanidad entera) dan como resultado nada inesperado que los robots terminan dominando al hombre. Cuarenta años más tarde, en Francia, otra obra, una novela ahora conocidísima, exploraría esa misma posibilidad (que más bien parece un temor), pero curiosamente protagonizada por animales que también comienzan siendo sirvientes de los humanos y terminan sometiéndolos. En El planeta de los simios, el autor, Pierre Boulle, ni siquiera tenía el problema de atribuir sensaciones a “seres” hechos de metal. No recuerdo ningún neologismo que nos haya dejado la novela francesa, pero el de Capek, robot, como todo buen fruto de una obra de arte de buena ley, parece dispuesto a llevarse todo por delante.
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