jueves, 23 de abril de 2020

La eterna riña de dos hermanas siamesas [CCC]

Ninson Mora



¡FELIZ DÍA DEL IDIOMA!

 
Batalla Naval del Lago de Maracaibo (1823)



         Por un lado, la lengua, que refleja y defiende con profundo rigor las convenciones sociolingüísticas: todo aquello que ayuda a evitar el surgimiento de una cataclísmica Torre de Babel dentro de un mismo sistema de comunicación. Suele ser más cerrada y estricta, sobre todo en lo relativo a los preceptos gramaticales, pero (aunque muchas veces reacia) no cohíbe ni mucho menos prohíbe la evolución léxica, siempre y cuando esta responda a una necesidad sociolingüística real.
         Por el otro, el habla, que aunque en términos generales suele seguir a su hermana más tradicional y comedida, tiende a ser rebelde, se inclina más hacia lo informal, hacia lo sabroso de la expresión natural, pero lamentablemente también suele emplearse como excusa superficial para justificar invenciones léxicas que más que evolución (proceso al que suelen atribuírsele) parecen reflejar indolencia, descuido o incompetencia del individuo o grupo de individuos que las proponen, conduciendo ineludiblemente al empobrecimiento del medio de expresión.
         Por lo general, cuando levantamos la ceja al leer un texto, solemos evocar con marcada suspicacia y poco cariño y respeto a dos consagrados villanos de las producciones lingüísticas: el descuidado, flojo o incompetente traductor que escribe pero no traduce y la conveniente y discrecionalmente desacertada Real Academia Española.
         Palabras como compleción (hasta hace poco, la única entrada del DRAE para denotar la acción y el efecto de completar), cumplimentar e incluso compartición están registradas y debidamente expuestas en el “Libro Gordo de Petete” panhispánico, pero en realidad parecen ser muy pocos los hablantes (si es que los hay) que emplean naturalmente la palabra compleción para referirse al proceso o al efecto de completar y, en su lugar, prefieren el uso de completación, lo que por simple lógica evolutiva condujo a la reciente inclusión de este lema en el odiado pero siempre consultado diccionario de la lengua española. Siempre sentí que compleción lamentablemente había nacido con algún defecto congénito, algo pareciera faltar en esa inflexión tratándose de un término que aparentemente proviene del verbo completar. Completación, por su parte, pareciera gozar de mayor integridad morfológica y etimológica, aunque muchos sigan sintiendo que su salud fonética dista mucho de lo agradable y más aún de lo perfecto. Otro vocablo relacionado es completitud: lo defiende la lengua, lo detesta el habla. Por lo general, recurrimos a fórmulas o voces “salvadoras” como lo completo de o integridad para evitar ese completitud que nos convertiría en los hazmerreír o en los “malhablados” del grupo.
         En el caso de cumplimentar, aunque su primera acepción en el DRAE nos dice que tiene que ver con ‘hacer un cumplido’ (o algo por el estilo), suele figurar en los diccionarios bilingües como una opción para fill in, pero en realidad creo que nunca me atrevería a usar este verbo para denotar algún cumplido y muchísimo menos para dar la idea de llenar o rellenar (un formulario, por ejemplo).
         Por otra parte, compartición comparte con completación su salud lingüística, pero lamentablemente también parece producir la misma aversión fonética, lo que causa la impresión de que su uso habitual y masivo está proscrito entre los hispanohablantes. En general, desconozco la causa, porque si de la fonética dependiera, no se utilizaría tanto en Maracaibo la expresión vergación (que más bien funciona como una interjección para denotar gran asombro, sorpresa o indignación) y, sin embargo, es una palabra de uso muy común en esta ciudad del extremo occidental venezolano. El hecho es que muchos prefieren incluso usar compartir (la nominalización del infinitivo) antes que aceptar la justa pero “indigna” validez de compartición. “Este viernes tendremos un compartir en la empresa” (¡Vergación!).
         Es tan avasallante e implacable el escrutinio al que es sometida la RAE a diario por sus desaciertos, o supuestos desaciertos, que me atrevería a basar en ello la explicación para que hayan incluido recientemente en su diccionario general el adefesio lingüístico accesar, triste invención del campo de la informática (sí, muy probablemente con la decisiva ayuda del traductor descuidado, flojo e incompetente) que prefirió crear un monstruo antes que reconocer que ya existía y existe en la lengua española un verbo que puede denotar perfectamente la acción de ‘obtener acceso a’, aunque su primera acepción haya sido tradicionalmente la de ‘consentir en lo que alguien solicita o quiere’, que es el verbo acceder. “Pudo accesar el sitio web luego de varios intentos”, “Pudo acceder al sitio web luego de varios intentos”. ¿Cuál de esas dos expresiones infringe de manera subyacente la norma de la economía del lenguaje? Afortunadamente, el Diccionario Panhispánico de Dudas, de la misma RAE, sigue proscribiendo enfáticamente el uso, según ellos, del americanismo, accesar.
         Propuestas como millardo o implementar, con los infaltables pros y contras lingüísticos y extralingüísticos, parecieran responder decentemente a la tan aludida economía del lenguaje al permitir expresar con una sola palabra conceptos que (a diferencia del idioma inglés, por ejemplo) solían requerir el uso de frases nominales o verbales para su comunicación efectiva. Ahora bien, en casos como accesar y voces similares como aperturar (ámbito financiero), significancia (ámbito estadístico) y app (ámbito informático-publicitario), pareciera que la genuina necesidad lingüística inexplicablemente pierde terreno ante la indolencia del hablante y la terrible indiferencia indiscriminada del autor, el especialista o el traductor que tratan de solventar sus dificultades de expresión o comunicación con semejantes invenciones que lejos de contribuir al enriquecimiento del léxico español, parecieran empujarlo irremediablemente hacia el enorme y aterrador agujero negro de los sinsentidos.
         Otro ejemplo que ilustra claramente el constante “tira y encoge” entre la lengua y el habla, y que aprovecho para traer a colación en esta oportunidad debido a su ya frecuente y masivo uso impulsado por la ingente expansión de los servicios de mensajería instantánea y las redes sociales, es el término emocicono, perfecta contracción española de las voces emoción e icono, y las pobres traducciones emoticón o emoticono, siendo sorprendentemente este último el único de los tres vocablos que registra el DRAE hasta la fecha, con la definición de ‘representación de una expresión facial que se utiliza en mensajes electrónicos para aludir al estado de ánimo del remitente’. Aparentemente, la lengua tendría sobrados argumentos para declarar que emocicono goza de plena salud lingüística, pero caprichosamente el habla parece haber desahuciado este término en favor de sus poco evolutivas y muy revolucionarias alternativas, algo que podemos comprobar fácilmente al “googlear” (¡y vaya que es traviesa el habla!) estas tres voces.
         Ahora que lo pienso mejor, el habla podría defender a aquella tarada o perversa persona del registro civil que dio al niño el nombre oficial de “Ro-ro-roberto” en lugar de Roberto, que era como quería llamarlo originalmente su padre tartamudo (a quién la lengua literalmente le jugó una mala pasada, ¡y más aún al niño!).

eventum2006@gmail.com



23 de abril del 2020 / Año VIII / N° CCC




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1 comentario:

  1. Tal cual, a veces hablar o escribir de manera correcta te hace ver como el mal hablado o el bicho raro, mientras que la RAE, las nuevas generaciones y el reggaeton nos siguen dando sorpresas. Muy buenas líneas ¡Te felicito!

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