lunes, 17 de abril de 2017

Y [CXLVIII]

Edgardo Malaver Lárez


Carátula de Jugando conmigo, de 1986



         ¿Qué hace que en los cuentos que uno cuenta cada día a familiares y amigos, aunque no sepamos conscientemente que lo estamos haciendo, se cosan tan bien unas partes con otras? Uno dice, por ejemplo: “Y entonces viene Romeo y se le declara a Julieta y Julieta se enamora de él y después él mata al primo de ella y tiene que huir y ella le pide un veneno al cura y el cura le da una pócima que la duerme y cuando él regresa la ve como muerta y... y... y...”. ¿Será suficiente una simple y para que, sin utilizar otro nexo, contemos una historia que quede bien armada en la mente del oyente? Los griegos conocían tan bien la respuesta, que le tenían un nombre a esta fantástica herramienta.
         El polisíndeton, como lo llamaron —porque a esta palabra, por encima, se le nota  que significa algo como ‘multitud de ataduras’— consiste en la utilización de conjunciones en puntos de la oración en que, en la lógica regular, no harían falta o sobrarían. Sin embargo, esta figura literaria cobra un sentido inmenso cuando deseamos conectar ideas, hechos, datos que sentimos que forman una sola unidad. El uso de la conjunción, aunque parezca a primera vista un error sintáctico, suma mucha fuerza a la expresión... y a sus partes. Don Quijote sintió, al crear el nombre de Dulcinea del Toboso, que aquel era un nombre “músico y peregrino y significativo”. Juan Ramón Jiménez dice en Jardines lejanos: “Hay un palacio y un río / y un lago y un puente viejo / y fuentes con musgo y hierba / alta y silencio... un silencio”.
         La Biblia, que comenzó a escribirse mucho antes del contacto de los hebreos con la civilización griega, de principio a fin está anegada de oraciones que se sostienen sobre el polisíndeton. En el primer capítulo del Génesis proliferan las oraciones que incluso comienzan con la conjunción y. Ya en el tercer versículo dice: “Y entonces dijo Dios: ‘Hágase la luz’. Y la luz se hizo”. Y el cuarto agrega: “Y vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas”. Y el quinto: “Y llamó Dios a la luz día y a las tinieblas noche. El Apocalipsis, escrito unos mil años después, recurre a la misma estrategia para lograr una expresión contundente y atraer la atención del lector: en el quinto capítulo dice: “...y por medio de tu sangre, has rescatado para Dios a hombres de todas las familias y lenguas y pueblos y naciones”. Y más allá, en diferentes órdenes, lo pone seis veces más, uniéndolos siempre mediante una sencilla y.
         Hay quienes por esto lo llaman “y bíblico” —debería ser en femenino, ¿no?—. Puede entenderse que, siendo la fórmula narrativa más sencilla que pueda haber, apareciera de primera —y de última— en la literatura oral. Y así, todos los cuentos de hadas terminan diciendo: “Y fueron felices para siempre”. La canción popular también tiene su manantial de polisíndeton. Intento recordar alguna canción que lo ilustre y la única que se me ocurre es toda tristeza y oscuridad y desesperanza, como muchas de Yordano: “Y lloró y lloró y lloro, lloró, lloró”. Que sea apenas retórica.

emalaver@gmail.com





Año V / N° CXLVIII / 17 de abril del 2017

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