lunes, 26 de agosto de 2024

Una de terminología (o sea, de beisbol) [CDLXXV]

Edgardo Malaver


Argudín, receptor, campo
corto y... neologista


Estas son cosas que le pueden pasar a cualquier ciudadano de país beisbolero en territorio futbolístico. Un amigo de un club de lectura, que comenzó a interesarse en el beisbol recientemente durante un viaje a Nueva York, me pregunta hace días: “¿Es cierto que en Venezuela llaman mascota al guante que utiliza el receptor?”. Pues sí, le respondo, y agrego que el de primera base se llama mascotín; “pero me desayuno con la noticia de que se llama así sólo en Venezuela, ¿en otros países no?”. Y entonces digo yo a investigar. Y descubro que muchos que han escrito sobre el asunto dicen claramente que así es. Y explican por qué. Acaso el más notorio sea Juan Vené, y quien lo cuenta con mayor sencillez: el término se lo debemos al beisbolista cubano Emérito Argudín, popularísimo en su país, que llegó a Venezuela al final del siglo XIX. El jugador cubano trabajó tan duro para promover el beisbol en Venezuela que, según Miguel Dupouy Gómez, en 1902 fundó el primer periódico venezolano dedicado exclusivamente al beisbol, Base Ball, y en 1908 tradujo y publicó las reglas del deporte, que en adelante adoptaron todos los equipos que se iban formando. Argudín, según Vené, Dupouy y otros autores, tenía la idea de que su guante de cátcher le daba suerte de la manera en que tener un animal pequeño en casa, como se creía en esos años, favorecía la buena fortuna de la familia. Así que lo llamaba “su mascota”. Esta costumbre suya se difundió entre los jugadores y por medio de los periódicos, y la gente terminó llamando mascota al guante de cualquier receptor. Es fácil suponer que la similitud del guate de primera base con el del receptor llevó a todos a llamarlo mascotín. Manuel Antonio Malpica dice que Argudín era “fornido, de ojos verdes y de pequeño bigote”, además de buen corredor de bases. Pero quien nos ofrece la joya de esta breve investigación es Adolfo Navas, que, además de confirmar que Argudín, probablemente nacido en 1878, se convirtió en traductor para publicar las reglas del beisbol en Venezuela, resulta que en realidad se había venido a Caracas para estudiar en la Universidad Central de Venezuela, porque en La Habana la guerra (contra España primero, por la independencia, y contra Estados Unidos después) no le daba esa oportunidad.


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Año XII / N° CDLXXV / 26 de agosto del 2024

lunes, 19 de agosto de 2024

Una del alfabeto [CDLXXIV]

Edgardo Malaver Lárez



La flor de la zanahoria ya no estaría al final de la lista



La semana pasada me preguntaba mi hija pequeña para que servía la letra K. (Agrego de una vez, desordenadamente, porque se me puede olvidar más tarde, que discutimos durante varios minutos si el nombre de la letra debía escribirse con ce o con la propia ca, y terminamos riéndonos mucho por causa de esas letras cuyos nombres comienzan, o pueden comenzar, con otras letras... “Es que no tienen mucha autoestima”, nos dijimos.) Ya se habrán imaginado que le expliqué que, al igual que la doble ve, la ca se utiliza para escribir palabras de origen extranjero que aún no nos hemos decidido a escribir con nuestra ce. Y le mencioné el artículo de Ritos sobre Catar del 2 de enero del año pasado, que no era buen ejemplo porque no involucra la doble ve pero que nos llevó al uso de la cu, que el alfabeto de Andrés Bello se utilizaría para escribir toda la serie de las sílabas ca-, que-, qui-, co-, cu- y sus emparentamientos con otras consonantes y vocales. O sea, se escribiría Qaraqas, saqeo, qinto, banqo y qualqiera.

—¿Y cereza?

Cereza se escribiría seresa. Y circo sería sirqo.

—¿Y zanahoria?

Sanaoria.

—¡¿Y entonces qué se escribiría con ce?!

—Pues nada. Dejaría de existir... y de confundir.

—Ay, qué bueno sería.

—Ciertamente, sólo que luego no seríamos capaces de leer todo lo que se ha escrito en el pasado, o nos costaría muchísimo. Lo que se está escribiendo hoy mismo sería casi incomprensible dentro de muy poco tiempo. Para muchos significaría volver a aprender a leer y escribir. Y una cantidad inmensa de gente se negaría a hacerlo.

Y termina diciéndome pícaramente, en voz bajita, como protegiéndose la boca con una mano: “Sería como un lenguaje secreto”.

¿Se imaginan? Que el alfabeto volviera a ser un lenguaje secreto, aunque todos sepamos leer y escribir... Fascinante.


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Año XII / N° CDLXXIV / 19 de agosto del 2024


lunes, 12 de agosto de 2024

Una de semántica [CDLXXIII]

Edgardo Malaver Lárez



Raskolnikov y su casera... otra palabra que va y viene





¿Qué edad tenía usted cuando se dio cuenta de que alquilar y alquilar significan acciones diferentes e incluso contrarias? Sí, sí, alquilar y alquilar, es decir, ‘ceder temporalmente y bajo ciertas condiciones una propiedad a alguien a cambio de dinero’ y ‘usar esa propiedad por el pago de una cantidad de dinero cada cierto tiempo’. Yo te alquilo la casa y tú me alquilas la casa. El propietario y el inquilino ejercen acciones diferente, incluso contrarias, pero las dos se llaman por el mismo nombre. ¿Se habrá quedado así esta situación —cuando sea que haya aparecido así, bajo la forma de coincidencia, que no de sinónimo— porque, cuando esta dichosa palabra saltó del árabe al español? Lo que sí coincidía era el nombre alquilé, es decir, la cantidad que tenía que cambiar de manos, que en ambos lados de la transacción se llamaba igual, aunque en este caso no se confundía ni se confunde nadie.

Pasa lo mismo con el sustantivo huésped, ‘el que se alberga, se hospeda, en un lugar’ y ‘el que lo recibe, lo hospeda’. Aunque no siempre hay transacción financiera en este caso, ¿será, como en el anterior, meramente cuestión de dinero?


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Año XII / N° CDLXXIII / 12 de agosto del 2024


lunes, 5 de agosto de 2024

¿Puede el español de América Latina convertirse en otro idioma? (IV) [CDLXXII)

Edgardo Malaver Lárez



Las lenguas nuevas nacen con olor a verduras




También desaparece el artículo algunas veces cuando se refieren a personas: Ayer hablé con Padre Juan. La persona mencionada parece cambiar de estatus al adquirir una profesión, de modo que su título comienza a formar parte de su nombre: En la tarde atiende Doctor González. Es muy poco frecuente oír el artículo en este caso y su uso no luce señal de nivel educativo ni condición social.

Los venezolanos, por otro lado, en los últimos 30 años o más, probablemente por influencia de las telenovelas colombianas, han comenzados a “imitar” un uso que hasta entonces parecía ser exclusivo del español de Colombia. Antes del auge de estas telenovelas, no se oía decir en Venezuela ¿Será que me esperas un minuto? La estructura interrogativa ‘será que + oración’ se utilizaba solamente para expresar duda sobre un acontecimiento del cual uno no podía tener certeza de si había sucedido o no, como en ¿Será que María llegó temprano y se cansó de esperarme? En Colombia, sin embargo, esta fórmula es más bien una invitación, una proposición, un pedido. Un hablante venezolano, sin esta influencia, diría ¿Me esperas un minuto? Es una diferencia que parece significativa, pero hasta donde puede verse desde aquí, sucede en estos dos países, no más allá. Es decir, si el español de Colombia o el de Venezuela está destinado a convertirse en otro idioma, este será un rasgo característico de esa lengua... más probable en el caso colombiano. Pero ¿cómo saberlo ahora?

Hay mil ejemplos de pequeñísimas variaciones precisas, que, al estar repartidas entre tantos pueblos —porque la subdivisión regional, a veces incluso municipal, también influye—, siempre van a estar contenidas por el “centro gravitatorio” de la norma culta de cada país, que se aproxima mucho más al español general. Existen otras fuerzas que halan la lengua —a todas, no sólo a la española— hacia el centro y hacia la periferia, pero dada la configuración del mundo actual, en que las comunicaciones son tan instantáneas, es seguro que el español y todas las demás lenguas se tarden mucho más que el latín en fragmentarse y alejarse de tal manera de lo que son y han sido hasta este momento. Eso no detendrá de ningún modo la evolución, pero las condiciones han cambiado, el ecosistema lingüístico cuenta ahora con otros elementos y los depredadores y las presas de la actualidad tienen otra conciencia y otros parámetros para medir su entorno y sus posibilidades de acción.

Algo que hay que tener presente es que en realidad no hay, en este terreno, nada de qué preocuparse. No existe de verdad eso que tantos llaman integridad de la lengua. Las lenguas se defienden solas de los “embates” a que supuestamente son sometidas, o ceden ante ellos en la medida en que sus hablantes son o no seducidos por esta o aquella variación, por esta o aquella novedad, por esta o aquella forma (porque la lengua es una forma, no un fondo). Ni siquiera es que se defienden o que cedan: evolucionan, pero esa evolución responde a fuerzas que la definen en procesos que se toman siglos y siglos.

Si un día, llegado el siglo indicado, se produjera un quiebre en la unidad del español, lo más probable sería que alguna de las variantes, o más de una de ellas, y no el español americano todo, llegara a ser considerada una lengua nueva. El español de América Latina es un organismo demasiado extenso para avanzar con la unanimidad y la uniformidad requerida hacia el punto, lejanísimo, de transformarse en otra lengua cuyas reglas, cuya sintaxis, principalmente, sean otras. Si sucediera, falta tanto tiempo, que, de todas maneras, lo que se estaría llamando español antes de eso sería ya algo que no es lo que hablamos nosotros en este instante, tal como no parece serlo ahora la lengua en que escribió el autor del Mío Cid.

¿Que si el español de América Latina “corre peligro” y puede convertirse en “otro idioma”? Peligro no corre de ninguna manera porque la evolución es señal de salud, y otro idioma es todo idioma cada día que pasa, como los ríos bajo cada puente. De modo que si el español, y más precisamente el inmenso número de variantes del español que se habla América Latina, ha de convertirse en otro idioma, como una vez sucedió con el latín, será lo que tenía que suceder, será ésa la “lengua de los padres” para los futuros hablantes y, por más que se lo intente, nadie podrá hacer nada para evitarlo.


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Año XII / N° CDLXXIV / 5 de agosto del 2024