viernes, 14 de octubre de 2022

¡Tierra! ¡Tierra! [CCCXCVII]

 Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Allá, capitán. Ilustración de la Real Academia 

de la Historia de España


 

 

         A mí, lo que me atrajo de este grito, cuando lo leí en el libro de lectura de cuarto grado, fue que difería de lo que siempre oía yo en las películas, que era “¡Tierra a la vista...!”. Todavía me estoy preguntado por qué aquel cuento pretendía, en apariencia, sonar original, diferente, fuera de lo común. Si era para llamar la atención, conmigo lo logró al primer intento. Necesité años y años de reflexionar sobre esto para darme cuenta, hoy, de que gritando “¡Tierra! ¡Tierra!” en lugar de “¡Tierra a la vista...!”, al menos en la distancia del tiempo y el espacio en que yo lo veía, Rodrigo de Triana sí denunciaba la desesperación que ya se vivía en el barco, que ya ponía en peligro la vida del capitán, además de la sorpresa de encontrar, después de muchos días infructuosos, lo que buscaban. Y también se oye en su grito la alegría de ver que aquel viaje de locos estaba por terminar... aunque en realidad no fuera así.

         Otra cosa que podemos pensar de la particular repetición que lanzó De Triana aquella mañana de octubre es la expectativa de ser él quien se ganaría, no únicamente los 10.000 maravedíes que habían prometido los reyes que darían al primer marinero que avistara las Indias (o las Chinas o los Japones). Don Cristóbal había prometido igualmente, días antes, un jubón de seda, que por lo que parece, de vuelta a España, sería de mucho lucir.

         Sin embargo, quien ha leído el Diario de a bordo de don Cristóbal, sabe que la noche anterior al avistamiento, el capitán había visto en la distancia unas “candelillas” que le parecían a él, aunque menos a sus colaboradores, indicio de actividad humana en territorio seco. Y aun antes habían ido encontrando en la superficie del mar diversidad de hojas, palos y otras cosas, incluso un trozo de madera labrada y con una pieza metálica, que implicaban la cercanía de una costa. O sea, el descubrimiento de América fue, más que un acontecimiento, un tránsito, un recorrido que se tomó días, no fue repentino —y en realidad llevaba años en el horno, por lo que sabemos de las peripecias de don Cristóbal para lograr el dinero necesario—. Mas, aunque el diario del capitán dice claramente que fue De Triana quien vio por primera vez la isla salvadora, se sabe por documentos posteriores que el premio se lo llevó Colón.

         Además de esto, a aquel marinero que se subió al palo mayor para verificar que se acercaban a tierra se refieren en los documentos con varios nombres: Rodrigo de Triana (o más bien “un Rodrigo”, que quizá era “Rodríguez” debido a un error del escribiente y que decía ser de un lugar llamado Triana), Rodrigo Pérez de Acevedo, Juan Rodríguez Bermejo (el único de los hombres de Colón que, según varios autores, procedía del municipio de Lepe, de donde era De Triana), “el marinero de Lepe” o simplemente “el lepero”. Es decir, en esta historia existen tantas dudas e imprecisiones con respecto a tantos detalles que hasta existe la duda de que realmente haya existido el histórico muchacho tan simpático que siempre me ha caído a mí— que lanzó el grito de “¡Tierra! ¡Tierra!”.

         Al final, decepcionado por la injusticia que se le había hecho, y harto del alboroto en que se había convertido aquel asunto de las Indias, según la narración de sus compañeros de expedición, De Triana se alejó de la marinería, se fue a África a perderse en ella, y llegó a “abjurar de la fe”, que no es poca cosa. En Lepe, sin embargo, hay estatuas en que se le representa señalando hacia Guanahaní. Y en el escudo del municipio aparece dentro de su cesta del mástil, dueño así de la memoria y el orgullo de su pueblo.

         También yo pienso en él y en la única palabra suya que quedó escrita, la misma dos veces. Cada vez que hago un descubrimiento, aunque sea, como en el caso de Rodrigo, la constatación de algo que ya otros —o yo mismo— habían observado, encontrado, descubierto, recurro al grito marinero que cerró la Edad Media y nos introdujo en la Edad Moderna: “¡Tierra! ¡Tierra!”. Era viernes.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCXCVII / 14 de octubre del 2022

 

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