lunes, 20 de marzo de 2017

Tú sí eres jalamecate [CXLIV]

Andrea Villada


Donde hay pesca, hay jalamecates. Pampatar, 1970



         Hace ya unos cuatro años, estando en un hermoso hotel de Mochima, en el maravilloso estado Sucre, se me ocurrió levantarme temprano para poder observar el amanecer desde su mismísimo principio. No quería perderme ni un minuto, así que salí al balcón a las 5:00 de la mañana y noté con gran admiración y curiosidad que había ya tres hombres en el agua, tres lugareños practicando esnórquel con linternas en mano en busca de un buen banco de peces. Al lado del hotel, aquel incrustado en la montaña, había una pequeña casa rebelde que rompía la armonía del ambiente apareciendo malcriadamente en el único espacio arenoso que había en los alrededores.
         Al haber crecido en la caótica ciudad de Caracas y saber de pesca lo que sé de aeronáutica, no imaginaba el propósito de aquella tempranera búsqueda, pero, unas tres horas después, todo ocurrió de sopetón. Los gritos comenzaron desde el agua: “¡Ahora sí! ¡Rápido, rápido, rápido!”, y de la nada salieron seis hombres más en una pequeña lancha con una red tan grande que ellos apenas cabían en la corroída embarcación. ¡Yo estaba maravillada! De cuando en cuando, los hombres se sumergían para asegurarse de que los peces estuvieran dentro de aquella prisión de mecate que iban lanzando hasta formar un extenso óvalo que empezaba en la orilla de la pequeña playa y terminaba allí mismo. Sin embargo, lo que sin duda llamó más mi atención fue el hecho de ver cómo de aquella ínfima playa contigua salían unas tres docenas de personas para ayudar a recoger la red, jalando y jalando aquel pesado mecate para que, así, el patriarca del lugar les repartiera uno que otro pez. Entonces, de repente se me ocurrió: ¿será de esto que sale aquella famosa expresión que sirve para identificar a los aduladores?
         Cuando le comenté aquella idea a mi querido profesor Edgardo Malaver, él me hizo el favor de iluminarme con un poco de conocimiento sobre el origen náutico de algunas palabras, como verga, por ejemplo, y otras más que ahorita no logro recordar. De cualquier manera, para ayudarme a aclarar mi mente, el mismo profesor me envió un archivo con lo que el filólogo venezolano Ángel Rosenblat había investigado sobre este tema. Al parecer, la expresión no es para nada nueva y ya se usaba desde el siglo XIX, pero su origen dista mucho de estar claro. Lo que sí está claro es que los términos que la componen vienen del ámbito marítimo, pues los marineros tenían muchas sogas que jalar y todas eran de mecate. Sin embargo, la creencia popular es que jalamecate como sinónimo de adulador viene de la época de Bolívar, cuando los que deseaban congraciarse con él mecían su chinchorro, cuyos extremos son de mecate, mientras el Libertador tomaba su siesta. Lo curioso es, y a eso apunta Rosenblat, que nadie en los llanos llama a eso jalar mecate, más bien lo llaman echar una mecidita. Es por eso que esta teoría se ha ganado unos cuantos detractores y otras se barajan como candidatas, como el hecho de jalar el mecate de los baldes para sacar agua de los pozos, o el famoso juego de la cuerda en el que hay que jalar mecate para arrastrar a los que están del lado opuesto, o incluso jalar la cuerda de la campana para atraerla hacia sí.
         A mi parecer, y respetando la opinión de los expertos, ninguna de esas teorías son mutuamente excluyentes y, además, especialmente las que no incluyen al chinchorro de Bolívar, no me parecen del todo satisfactorias.
         De cualquier manera, al ver saltar desesperadamente al agua a uno de mis compañeros de viaje, llegar a nado hasta el único rincón arenoso que nos rodeaba, jalar aquella red repleta de peces y regresar con cuatro peces en mano entregados por el mandamás de aquel recóndito lugar, uno para cada uno de los que disfrutábamos de aquellas vacaciones juntos, no pude evitar decirle: “¡Hay que ver que tú sí eres jalamecate!”.

andrealvilladac@gmail.com






Año V / N° CXLIV / 20 de marzo del 2017

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