sábado, 23 de abril de 2022

Inteligencia artificial [CCCLXXXIII]

Luis Roberts

 


 

La siempre vigente advertencia de Orwell

 

  

         Hace unos días en el chat de la Escuela de Idiomas Modernos (EIM), se ha colado la preocupación del Observatorio Venezolano de Políticas Culturales (OVEPC) de la Unión Europea, a través del grupo de trabajo del Open Method of Coordination (OMC), de la propia EIM —espero— y de mí mismo como traductor, por la degradación social y económica del traductor, “...sino que, además, las herramientas digitales ofrecen ahora a todo el mundo el espejismo de tener la capacidad de traducir de una a, incluso, muchas lenguas”. La sencilla pregunta es: ¿puede la inteligencia artificial sustituir, léase eliminar, la profesión de traductor? En todas partes ya se encuentran aparatitos por menos de 100 dólares para viajar sin tener el problema de la lengua, pues el aparato te traduce lo que tú digas, o lo que te digan, desde y a cualquier idioma, vayas al Tibet o a la Ucrania anterior a la “putinada”, claro.

         ¿Pueden estos aparatos suplantar a un preparado intérprete en conferencias en la ONU, en la OPEP, en la OCDE? No. ¿Nunca? Por ahora. Se acaba de publicar en España un trabajo realizado por lingüistas con un inventario de miles de errores, no de traducción, sino gramaticales y sintácticos, en libros, periódicos, folletos, publicidad, incluso en páginas web gubernamentales, porque, debido, por un lado al paradigma de la “urgencia” de nuestro tiempo, y de ahorro de costes, por otro, la figura del corrector casi ha desaparecido de estos ámbitos, y lo peor es que el consumidor no reclama porque su nivel lingüístico es cada vez menor y, o no lo percibe, o no le importa. Recordemos el famoso reciente estudio de que en el Quijote hay más de 23.000 palabras del castellano, que un profesional cualificado apenas utiliza más de 3.000 y que un joven adolescente o ya no tanto, utiliza unas 700, incluyendo memes y groserías.

         En España ha surgido una nueva actividad para los buenos traductores: la “posedición”. Consiste, simplemente en darle un barniz decente, con tarifas más bajas, por supuesto, a las traducciones que tanto en el audiovisual como en otros campos se hacen con máquinas, con inteligencia artificial, con Google, con reconocimiento de voz, etc. El ya famoso historiador y profesor de la Universidad de Jerusalén Yuval Noah Harari, en su último libro 21 lecciones para el siglo XXI, se atreve a “pronosticar” las profesiones que desaparecerán en un futuro próximo; la primera es la de publicista, pues el algoritmo usurpa sus funciones, la segunda la del médico, pues ya existen robots con millones de datos en su memoria que ningún médico puede tener entre sus conocimientos y que pueden dar un diagnóstico mucho más preciso. Las enfermeras y enfermeros tardarán más tiempo en desaparecer porque son las que intuyen en la mirada del paciente cómo se siente y cómo hay que cuidarlo. Seamos pues las enfermeras del idioma, los “correctores” de las máquinas, los que demos belleza a nuestro idioma, los que lo cuidemos. Por ahí debería orientarse la nueva tendencia de la enseñanza de la traducción, por lo menos hasta que la inteligencia artificial nos alcance.

         ¿Pero la belleza no es un concepto subjetivo hasta en el idioma? Steven Weinberg, fallecido premio Nobel de Física, habla de la belleza de las teorías físicas, que son bellas por su simplicidad y su inevitabilidad, y a los curadores y críticos de arte que le reprocharon que no podía hablar de la belleza de unas teorías, Weinberg les contesta que tan subjetiva es la idea de la belleza de las teorías físicas como la de la belleza artística, y que el concepto de belleza no tiene nada que ver con el de la elegancia de las ecuaciones, como algunos confunden, pues, como dijo Einstein: “Dejemos la elegancia para los sastres”.

         Y a los que argumentan hoy que la inteligencia artificial nunca podrá suplir la belleza creada por el hombre, lingüística, o de otra índole, les propongo echar un vistazo al experimento que ha hecho el periodista científico español Kiko Llaneras con un programa de inteligencia artificial llamado Geniverse (geniverse.co) “pensada para aumentar tu creatividad”. Tú le dices qué quieres que pinte y el programa, la máquina, lo hace. Llaneras reconoce que lo que más le impresionó fue cuando le pidió al programa que le pintara un valle atravesado por un río, con búfalos alrededor y nubes multicolores. Aquí tienen la prueba. 




Cualquier crítico de arte de los de “¿cuánto hay pa eso?”, que los ha habido siempre, diría que un desconocido nuevo genio de la pintura estaba exponiendo su obra en la galería X. La inteligencia artificial ya está aquí y todos, traductores incluidos, tenemos que prepararnos para eso. Orwell ya no es política ficción, es una crónica de nuestros días.

 

luisroberts@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCLXXXIII / 23 de abril del 2022

Día del Libro y del Idioma


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