Ariadna Voulgaris
Mi padre es griego. O más
precisamente lo era su padre. Yo aprendí muchas palabras griegas en las
rodillas de mi abuelo, y luego estas palabras me han acompañado e iluminado
cuando he estudiado matemática, historia, anatomía, etc. Y este etcétera
incluye la lengua española. ¿Qué es lo que en español no proviene del griego,
aunque sea después de ser decantado por el latín? Desafortunadamente, mi abuelo
murió antes de que yo me hiciera totalmente consciente del tesoro que me estaba
inyectando con las sonrisas y los juegos con que entretenía a la única nieta
que logró conocer.
Como mi familia, después
de 55 años en Venezuela, ha tenido que volver a Grecia, yo me puse a buscar
trabajo aquí con la desventaja de que ahora nuestra lengua materna es el
español. Pero esa fue una desventaja hasta el día en que comencé a trabajar en
un instituto de artes escénicas donde me han encargado dos cursos de español
para jóvenes que tienen que estudiar al menos dos lenguas extranjeras para
graduarse. Todo el material didáctico está seleccionado, profesores y alumnos
tienen total acceso a él desde el principio y nadie duda que el método que hay
que adoptar sea efectivo —ha sido aprobado siguiendo patrones de la Unión
Europea—, pero la campana de la curiosidad ucevista no deja de repicar en mi
cabeza. Tengo que formarme mi propia visión de lo que voy a hacer en el aula.
En mi segundo día en el
instituto pregunté por la biblioteca, que terminó llamándose, también, María
Callas. Y ahí me esperaba un libro. Es un libro sencillísimo, de 93 páginas (de
las cuales apenas 35 se pueden considerar parte de un método de enseñanza del
griego) que casi ni menciona siquiera qué hacer con los textos, con los
ejercicios, con los ejemplos. De los diez capítulos (diez lecciones) que lo
forman, el primero trata del alfabeto y el resto de una lectura en la cual el
autor simplemente indica que el estudiante debe encontrar las palabras de
origen griego que hay en cada texto y buscar su significado, presumiblemente
para conectarlo con el prefijo, la raíz o el sufijo de esas palabras.
El libro es de 1971, lo
cual lo condena al exilio de mi bibliografía regular, pero me ha permitido
hacer algunas travesuras muy fructíferas. Cuando los muchachos, muy jóvenes
todos, se dan cuenta de la inmensa ventaja que tienen al hablar griego como
lengua materna, casi sin quererlo se apasionan por el español. El secreto de
este autor es que los textos, auténticos y de diversos orígenes, rebosan de
palabras de origen griego que además son de uso cotidiano en el griego actual.
Son tan numerosas, que no puede uno contentarse con hacer un solo ejercicio,
siempre desea hacer otro y otro. Al final, el estudiante se siente en casa
intentando construir imágenes ajenas con reglas propias... o imágenes que son
de todos con reglas que ya no sienten tan ajenas.
No me figuro de ningún
modo si eso pasa en otra combinación de idiomas, pero con mis muchachos griegos
ha pasado y yo me siento feliz de que las lenguas extranjeras que hay entre
ellos y yo terminen intercambiándose para ser propias de todos.
Ah, el libro, del cual, según
Google, sólo se conserva un ejemplar en la Biblioteca Central del Estado
Trujillo, se titula El griego en función
del castellano, y fue escrito por el sacerdote venezolano Manuel Montaner.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año III / Nº LXVII / 27 de julio del 2015