Los
vericuetos que usa el pueblo para construir y actualizar el idioma son
numerosos y de toda índole. El otro día intenté convencer a Caro de que ese
acortamiento o apócope de su nombre, Carolina, no significaba solamente
“costoso”, sino también “carne”. Et
verbum caro factum est: “Y el verbo se hizo carne”. Caro autem infirma: “La carne es débil”.
Según
la RAE, la palabra “caro” viene del latín carus
y significa tanto querido y amado, como de precio elevado. El italiano, tan
cerca del latín, deja el caro para el
“querido” y usa el costoso, para
nuestro “caro”; y la “carne” es carne,
como en varios casos de la declinación latina. Me estoy metiendo en un jardín
que no es el mío, pero una vez que salté la verja hay que seguir. En latín, caro- caris, de la tercera declinación y
con el nominativo plural carnes,
significa genéricamente eso, “carne”, aunque también había la pulpa, la porcina, la agnina, la vitulina. Cuando se inicia el proceso
del parto de las lenguas romances, y hasta muchos siglos después, incluso hoy
en día en muchos países, la carne era un alimento propio de la realeza y la
aristocracia, que les daba fuerza y a menudo la enfermedad de la gota, un
alimento caro, inalcanzable para los bolsillos del pueblo, incluso la caza les
estaba vedada. ¿Y si el pueblo cuando empieza a alumbrar la lengua romance
identifica la caro, la “carne”, con
lo inalcanzable, lo costoso, lo caro? En ese caso, nuestro “caro”, no vendría
del carus, el “querido” o “escaso”
latino, sino del caro, la carne,
directamente. En francés recordemos que cher
es “caro” y “querido”, pero la chaire,
es la carne. El sonido es casi el mismo, varía la grafía, pero todos sabemos
que los franceses modificaban la ortografía para que los alumnos de francés de
todas las épocas no aprueben la materia.
En
España hay dos iconos gastronómicos: el vino y el jamón serrano. Tanto en uno
como en otro hay infinidad de variedades, calidades y precios, pero en el jamón
serrano hay una variedad que significa la máxima calidad, la correspondiente a
la raza de cerdo ibérico, alimentado con bellota, naturalmente. El cerdo
ibérico se distingue porque tiene la pezuña negra, por eso a ese jamón se le
llama “de pata negra”. Desde hace ya unos años se oye con frecuencia en España
esta expresión como sinónimo de máxima calidad, de lo mejor, de lo excelente:
“mi chica es pata negra”, “ese libro es pata negra”, “ese es un hotel pata
negra”, etc. No sería de extrañar que pronto la RAE incluyese esta acepción en
la entrada “pata”, pero mientras tanto imagínense lo divertido de traducir esta
expresión, este culturema, literalmente a cualquier idioma.
En
Venezuela, el fallecido presidente Chávez calificaba a la oposición a su
régimen de “escuálida”, que significa raquítico, flaco, delgado, y por un
proceso de metonimia a todo opositor se le llamaba “escuálido”, aunque tuviera
sobrepeso. Hoy este calificativo, usado como insulto, es una ironía llamada a
desaparecer. Últimamente he oído usar la palabra “madurez”, no en el sentido de
“llegar a su sazón”, “a su máximo desarrollo”, “a su mejor momento”, sino por
el contrario como la causa de encontrarse en un estado de delgadez, de
escualidez, de inanición, debido a la desnutrición: “No estoy tan flaco por
enfermedad, sino por madurez”. La palabra, en esta acepción, se oye aún poco,
aunque los motivos para usarla son cada día más tremendos, por eso mismo es
deseable que su uso no se arraigue, por desaparición de los motivos.
luisroberts@gmail.com
Año VI / N° CCXXXVII
/ 3 de diciembre del 2018
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