Santa María, Isla de Sal, Cabo Verde [Foto: P. Hauser] |
Todas las armas para combatir la
injusticia histórica de la discriminación y cosificación de la mujer, son
válidas, legítimas y justificadas. Todas menos, entre otras, aplicar criterios
de hoy a personajes del pasado, culpabilizar al hombre por el hecho de serlo,
y, querer enmendar los yerros históricos cambiando la lengua y su gramática. La
lengua cambia sola, la cambiamos, poco a poco y sin descanso, respetemos su tempo y sus reglas.
Si hay algo ridículo y risible a veces,
en este terreno, es el llamado lenguaje inclusivo, la duplicación, utilizado de
manera oportunista por los políticos en general. Venezolanos y venezolanas, alcaldes
y alcaldesas, diputados y diputadas,
etc. Atenta al principio de la economía del lenguaje y entra dentro de lo
risible que señalábamos antes.
Hay que tener en cuenta que el
masculino abarcador no es resultado de una sociedad patriarcal. El académico de
la RAE Álex Grijelmo, en su libro recién publicado, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus), dice:
En el indoeuropeo, que es la madre de la mayoría de
las lenguas de nuestro entorno, había un género para señalar a las personas (lo
animado) y otro para señalar lo inanimado. El primero servía para nombrar a
personas de cualquier sexo. Pero hace miles de años nació el género femenino
por la necesidad de nombrar a las mujeres ante el papel primordial que
adquirieron en las familias. Se crean así los géneros y el que valía antes para
todos se desdobló como masculino sin perder su función inclusiva original. El
problema viene de la Grecia clásica, cuando se empezó a reflexionar sobre el
lenguaje y se habló de género masculino, en vez de hablar de un género de lo
animado. Si se hubiera hecho así, entenderíamos hoy por qué hay un género que
sirve para todas las personas y uno para las mujeres.
La palabra señora no existía en el castellano hasta bien entrada la Edad
Media, existía señor, pero no señora. Hoy, y desde no hace mucho
tiempo, ya no sólo nos es familiar, sino que lo hemos incorporado al lenguaje
tanto culto como coloquial, la presidenta,
la jueza, la ingeniera, la abogada; la
policía ya nos crea cierta
ambigüedad.
Esto viene a cuento de que hace poco oí
la palabra soldada aplicada a la
mujer que forma parte del ejército en su grado más bajo. Ya tenemos digerido,
más o menos, generala, coronela, capitana, pero va a costar algo más asumir lo de comandanta, tenienta, alfereza, caba, y lo de soldada va a ser mucho más duro, debido a sus distintas acepciones,
no ya verbales, de soldar, sino
sustantivas. Soldada es sueldo, salario o estipendio, así como el haber del
soldado, la paga. Su origen está en el latín, solidus, que era la moneda de oro que acuñó el emperador
Constantino, el sólido.
En la antigua Roma, la paga del soldado
consistía en saquitos de sal, de ahí la palabra salario. Hasta la conquista colonial de África en muchos países de
ese continente el instrumento de pago también era la sal, único remedio para
combatir la deshidratación en las tórridas sabanas.
luisroberts@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXXII / 16 de diciembre del 2019
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