Gasparín,
el fantasma que sólo quería hacer amigos, hacía pensar que estar muerto no debía ser tan malo |
La muerte está irremediablemente ligada
a la vida. Ese hecho es innegable. No obstante, es difícil aceptar esa realidad
tan dolorosa. Y por ser tan dolorosa, se buscan palabras que permitan atenuar
el dolor.
La palabra muerte es tan dura de pronunciar, que existen mil maneras de decir
que alguien murió. De hecho, cuando el muerto es íntimo, se prefiere decir que falleció.
Para aliviar el impacto de esa palabra,
se recurre, por supuesto, a expresiones metafóricas; esas metáforas que son de
la vida cotidiana y que permiten tomar el asunto quizás con un toque de humor,
especialmente cuando el que se fue no era tan allegado. Aquí es donde entran
las maravillas del ingenio del colectivo.
Entonces, la persona no murió, sino
que:
Cruzó el páramo.
Colgó los guantes o los guayos.
Le dieron matarile (esto es
según cómo murió).
Le dieron paila (cortesía de
mis eternos hermanos colombianos).
Estiró la pata.
Se petateó (México lindo y
querido).
Se fue al cielo (si fue bueno).
Se lo llevó el patas (si fue
malo).
Se lo llevó la pelona o la
huesuda (a veces la pelona anda suelta).
Masticó chicle (esto siempre lo
dice mi vecina, la cuchona).
Se esfumó.
Hizo como Gasparín.
Se borró del mapa.
No es que con estas invenciones se nos
va a ir el dolor, pero con el tiempo iremos aprendiendo a sobrellevar ese
trámite y qué mejor manera de hacerlo que la nuestra, la venezolana, echando
vaina.
laurajaramilloreal@gmail.com
Año VI / N° CXCVIII / 12 de marzo del 2018
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