Luis
Roberts
Hace algunos años, el gran humorista
Emilio Lovera creó un personaje en el desaparecido programa de la televisión Radio Rochela, en la desaparecida, por
ahora, RCTV: el Chunior. Pues bien, el Chunior fue el antecesor histórico más
cercano e identificable del neoespañol en Venezuela. Lo que entonces parecía
solo una disparatada fantasía humorística es ya hoy una avasalladora realidad. Muchos
de los ejemplos que aparecieron en mi anterior escrito sobre el neoespañol y
que sacuden los cimientos de la lengua en España, les recordarán los disparates
lingüísticos del Chunior, pero hoy nos vamos a fijar solamente en los verbos
desaparecidos en Venezuela y sustituidos por otros del mismo campo semántico pero
con significado distinto.
Empezaremos con uno que también forma
parte de las preocupaciones de ultramar, el verbo oír. Hoy ya nadie oye,
todo el mundo escucha. Según el DRAE,
oír es percibir con el oído los
sonidos; es decir, la función que corresponde al sentido del oído. Escuchar es prestar atención a lo que se
oye, también según el DRAE. Escuchar implica un acto de voluntad de oír, a
diferencia de oír que es función
natural del oído. “¿Me escuchas?” Sí, claro, te escucho con atención; si no,
sería un maleducado, pero no te oigo porque la señal es mala. “Esta madrugada
escuché tiros en mi calle.” Eres un masoquista, ponte a escuchar el Himno de la
alegría, pero no un tiroteo. En todos los idiomas cercanos existe la
diferencia: entendre y écouter, listen y hear, sentire y ascoltare, sentir y escoltar, hören y zuhören, ouvir y escutar, y todos siguen haciendo la diferencia, excepto el
neoespañol.
Otro verbo que ha corrido la misma
suerte, este en Venezuela, es el “mirar”. Ya nadie mira, todo el mundo ve.
Con este verbo cabe la misma explicación que con el anterior: uno es un acto
voluntario de la vista, el mirar, y
el otro, el ver, es la función del
sentido de la vista. “¿Por qué me ves?” Porque no soy ciego. “¿Por qué me
miras?”. Porque me gusta mirarte, porque me gustas. Y claro, a fuerza de ver por mirar se ha olvidado el significado de este verbo y ha sido
sustituido por otro: visualizar, cuya
primera acepción es la de visibilizar,
es decir, “hacer visible artificialmente lo que no puede verse a simple vista,
como con los rayos X los cuerpos ocultos, o con el microscopio los microbios. Las
otras acepciones se alejan aún más de las de ver simplemente. “Le voy a visualizar
la cartera por si lleva microbios sospechosos”.
Otro verbo en trance de desaparecer: abrir. Ya nadie abre, todo el mundo apertura.
La “apertura”, que es la acción de abrir, es un participio del verbo abrir,
pero participo que el verbo aperturar,
probablemente de origen bancario, además de feo, no está admitido, de momento.
El otro día oí a mi odontólogo decirme: “Apertúrame bien la boca” (así con el
reflexivo cariñoso), y me dieron ganas de “obturacionarle” la suya con el
torno.
Y para terminar, un ejemplo chirriante,
de reciente aparición, pero que parece lamentablemente imparable, la
sustitución del poner por el colocar. Acudamos de nuevo al DRAE, que
nos dice que poner es “colocar en un
sitio o lugar a alguien o algo”, y colocar
es “poner alguien o algo en su debido lugar”. ¿Pero no es lo mismo? No. La
diferencia está en el matiz “debido lugar” del colocar, es decir, colocar
implica un orden, preestablecido o no, pero un orden. Hace unos meses vi, miré
y fotografié un cartel en una clínica de Caracas que rezaba así: “Se colocan
inyecciones en el piso de arriba”. Hace unos días, una alumna, conocedora de mi
inquina “colocalista”, en una conversación sobre enfermería, precisamente,
titubeó al darse cuenta de que iba a decir ”colocar inyecciones”, y optó por
“administrar inyecciones”. Ojalá esto no trascienda. En cualquier caso lo que
parece un disparate es la desaparición del “poner”, aparentemente sin razón
alguna, aunque en parte la hay, como revelaré a continuación. Hace unos días, y
explicando a una alumna el porqué de mi corrección de sus “colocaciones” en un
ejercicio, me dijo: “En el colegio me dijeron que no dijera ‘yo pongo’, porque
solamente ponen las gallinas y yo no soy una gallina”. Otra alumna que asistía
a la conversación corroboró que a ella también le decían eso en el colegio.
Misterio resuelto. Algunas maestras, probablemente las mismas que enseñan que
las mayúsculas no llevan tilde, son unas de las principales responsables del
neoespañol, al menos hasta que no se demuestre que las gallinas colocan huevos.
luisroberts@gmail.com
Año V / N° CLXXXVIII / 8 de enero del 2018
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