lunes, 19 de noviembre de 2018

Mentiras de piernas cortas, mentiras de nariz larga [CCXXXV]

Edgardo Malaver



Según Del Re, Pinocho “se  ha tragado” a su autor.
Collodi visto por Angelo Tricca, 1875



         En su reciente cumpleaños, mi hija menor, que aún no sabe leer, ha recibido como regalo la bella traducción de la poeta venezolana Ana María Del Re de Le avventure di Pinocchio al español, editada el año pasado por Fundavag. Como ya casi se sabe de memoria las otras dos ediciones que tiene —una de las cuales, la de Disney, tengo también que traducirle a vista cada vez que se decide por ella—, está enamorada de esta nueva edición del cuento, que, para sorpresa de mi enorme ignorancia, en realidad es una novela.
         Otra hermosa sorpresa que he recibido es cuánto se ríe mi niña cada cierto número de párrafos. Por ejemplo, en el capítulo XVI, en que la Niña de Cabellos Azul Turquí convoca a los médicos para que le digan si Pinocho está vivo o muerto, el primero de ellos que lo examina, el Cuervo, llega a este diagnóstico: “A mi parecer, el muñeco está bien muerto, pero si por desgracia no estuviera muerto, entonces sería indicio seguro de que todavía está vivo”. Iba a interrumpir la lectura para ver el rostro de mi hija, pero ella me interrumpe a mí con sus carcajadas. Después le toca a la Lechuza examinar a Pinocho y concluye: “Lamento mucho tener que contradecir al Cuervo, mi ilustre amigo y colega: para mí, por el contrario, el muñeco todavía está vivo; pero si por desgracia no estuviera vivo, entonces sería señal de que está completamente muerto”. Risas y más risas. Mías y suyas. “¡¿Qué clase de médicos son esos?!”, exclama.
         Además del humor, que sería suficiente para salvar este libro de la hoguera del maese Nicolás, contiene una alta medida de metáforas de casi cualquier situación en que es posible encontrarse en el camino de la personalidad infantil hacia la adultez. Uno de esos episodios ocurre en el capítulo XVII, cuando el Hada intenta que Pinocho beba la medicina contra una fiebre que podría matarlo en pocas horas. Él le miente al decir que ha perdido las monedas de oro que le había regalado el titiritero Comefuego y, naturalmente, comienza a crecerle la nariz. Le crece tanto, que no puede moverse dentro de la habitación. Confundido por esto y porque el Hada se ríe de su mentira, le pregunta cómo sabe que le está mintiendo y ella le responde: “Las mentiras, hijo mío, se reconocen enseguida, porque las hay de dos clases: hay mentiras que tienen piernas cortas y mentiras que tienen la nariz larga. La tuya, precisamente, es de las que tienen la nariz larga”.
         La imagen de la mentira de piernas cortas es bastante frecuente. La de la nariz larga, que me encuentro por primera vez en Pinocho, es, por tanto, bien original. No sólo no puede llegarse muy lejos a fuerza de mentiras, resulta que también se nos nota en el rostro. Resulta que ni siquiera somos capaces de movernos en el lugar en que estamos: la mentira nos limita, nos hace tropezar con todo lo que está alrededor. La mentira nos mantiene encerrados y se siente mejor ella misma estando encerrada, porque una vez que sale a la luz, se queda desnuda. Ah, otra metáfora, al emperador aquel también le pasó eso.
         Es, cuando menos, atractivo que la “moraleja” principal de una obra tan popular se construya sobre un acto lingüístico. La innegable importancia de la palabra en la vida del hombre, en el desarrollo de su personalidad y de su identidad, de su reputación y de los resultados que obtiene de sus actos, haya estado o no en el proyecto literario de Carlo Collodi, figura en primerísima posición en esta obra. Desde su particular génesis, Pinocho usa la lengua para hacer todo lo que hace. Y cuando no es prudente...
         Una obra que tiene reputación de moralizadora —y sólo ahora descubro que jocosamente moralizadora, al contrario de la de los Grimm, por ejemplo— nos da un sutil pero contundente argumento para controlar mejor nuestra lengua y sintonizarla con lo real. Toda la literatura de todas las culturas, ha quedado claro, toca esa tecla en algún momento. Como diría la Lechuza unas páginas antes, es prudente, cuando uno no sabe lo que va a decir, quedarse callado.

emalaver@gmail.com




Año VI / N° CCXXXV / 19 de noviembre del 2018



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