Edgardo Malaver Lárez
Somos
tres: Jesucristo, don Quijote y yo. Muerte de Simón Bolívar (1889), de Antonio Herrera Toro |
Ya casi me había dado por vencido: esta
semana no parió mi mente un tema del cual hablar en Ritos de Ilación. Y
en eso me pongo a revisar el foro de mi asignatura en la universidad para
responder los comentarios, dudas y preguntas de los estudiantes, y me tropiezo
con esto: “La explicación del profesor sobre la literatura, la ficción y el
pacto ficcional me hacen reflexionar sobre la influencia que puede tener un
texto en la vida de una persona”.
Como no tengo otra vida en la cual
pensar, aunque no parezca muy ingenioso ni sabio, pensé en la influencia de los
libros en mi propia vida. El problema era que, no estando frente a frente
con los estudiantes, iba a ser bien fastidioso hablarles de semejante tema. Así
que respiré profundo y me puse a decirles lo menos que pudiera. Y me salió esto:
Estimada Rodríguez:
La
influencia de una obra literaria en la vida de una persona. Tengo que
controlarme para no contarles, para no pasarme la noche entera escribiéndoles
sobre esto. Me voy a limitar a dos casos, dos obras.
Cien
años de soledad es un libro que ejerce una atracción tal sobre mí que tengo
que tenerlo escondido en mi biblioteca porque si está a la vista y yo paso por
ahí, siento que el libro me hace lo mismo que le hizo Atenea a Aquiles aquella
vez que estaba a punto de desenvainar la espada para matar a Agamenón, que lo
cogió por los cabellos y le dijo: “Insúltalo como gustes, pero no lo mates, que
por sus ofensas recibirás más tarde espléndidos presentes”. Si dejo que el
libro me atrape, es decir, si lo abro, si leo el primer párrafo, estoy perdido,
voy a tener que leer 300 páginas antes de seguir en lo que estaba al pasar junto
a él.
La segunda obra
es Don Quijote de la Mancha, que es un libro que intenté leer a los 15
años, a los 18, a los 24, a los 25, a los 29, a los 30, y nunca pude... hasta
que a los 33, como por un milagro, estaba yo un día leyendo el periódico y leí
una palabra, no recuerdo cuál, y levanté la vista y dije: “Llegó la hora”. Y
esa misma tarde comencé a leerlo y no me detuve hasta que lo terminé y ya saben
ustedes que Don Quijote tiene más de mil páginas. Y después pasé como
seis meses atormentando a mi familia y a mis amigos hablándoles todo el tiempo
de don Quijote. Casi no hablaba de otra cosa en todo el día. Ahora solamente atormento
a los estudiantes, pero en aquellos días, ya la gente adivinaba: “Sí, Edgardo,
ya sé, seguro que don Quijote un día hizo algo como esto que está pasando
ahora, ¿no?”. Es lo mejor, lo más bello, lo más impresionante que he leído en
mi vida. Y los especialistas, que han leído mucho más que yo, dicen que es la mejor
novela que se ha escrito en la historia.
Mientras
escribía esto me vinieron a la mente cinco o seis obras más, pero si me pongo
hablar de ellas, no solamente pasaré la noche entera aquí sentado, sino que me
iré acordando de otras y otras, y luego vendrán las películas y las obras de
teatro y los cuentos de mi abuela y los de mis profesores y los que me cuento a
mí mismo y los del cielo y de la tierra, y ay, madre mía. Y así ninguno de
ustedes leerá nunca más el foro porque el profesor habla demasiado. Y será
verdad.
Hasta luego,
María Elena.
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CCCXCIX / 24 de octubre del 2022
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