Edgardo Malaver
La semana
pasada saludé desde aquí a los estudiantes venezolanos, especialmente a los de
la Universidad Central de Venezuela, que celebraban su día. Aunque la fecha llamaba
a hacer anotaciones históricas (se cumplían 60 años de los acontecimientos que
dieron lugar a la celebración), creí más provechoso dedicar nuestro número 180
a observar la palabra estudiante “y
otras que comparten, o no comparten, rasgos con ella”. (¡Ah, ya un día
estudiamos aquí la palabra alumno!)
Aparecían
en el artículo tres grandes grupos de palabras: las que sencillamente se han
convertido en adjetivos o sustantivos después de ser el participio activo de un
verbo: caminante, inmigrante, tolerante, etc.; los casos en que quizá logremos identificar el
verbo del cual proviene pero no nos figuramos cómo llegaron a ser los adjetivos
o sustantivos que ahora son: constante,
insolente, tunante, indiferente, instante, etc., y un grupo de palabras “que
tienen facha y no corazón de participio presente”, es decir, que nadie se
explica por qué no provienen, o no parecen provenir, de ningún verbo: diamante, elefante, nigromante, repente, elegante, galante, serpiente, accidente, excelente, demente, clemente e incluso Vicente
o Dante. (En realidad son dos grupos,
porque entre los dos primeros hay muy pocas diferencias, pero lo importante ahora
es el tercero.)
Mi
estimado profesor Jean-Louis Rebillou tuvo la amabilidad de escribirme para manifestarme
su perplejidad: “no voy a faltarte el respeto pensando que, para ti, diamante y estudiante proviene del mismo tipo de derivación”, dijo. Claro que
no. Este tercer grupo no se gesta de la misma forma que los otros dos y por eso
ha de ser que son tan diferentes. ¡Quiero más lectores despiertos como éste!
Le
respondí a Rebillou que en ese párrafo, para estimular a los estudiantes,
decidí bromear, o simular que bromeaba, acerca de ese grupo engañoso de
palabras. Esperaba que la presencia de los nombres Vicente y Dante hiciera
sonreír al menos a algunos. Ciertamente, excepto quizá serpiente (que percibo en este momento), que yo sepa, ninguno de
los ejemplos tiene “corazón de participio activo”.
¿Cómo
aparecen, entonces, esas palabras, si no es como participios activos de esos
verbos que “no existen”? Por diversas vías, entre ellas la etimología. Como, al
igual que la semana pasada, se me está acabando el espacio, voy a hablar sólo
de la primera de ellas. El sustantivo diamante
proviene, después de mucha evolución, de la palabra griega adamas, que parece significar ‘lo más fuerte’, ‘irrompible’ (y,
más metafóricamente, ‘invencible’). La relación entre el significante y su duro
significado no necesita aclararse más. En Roma se le llamó diamans; existía también la forma diamantis, y de éstas a nuestro diamante,
a pesar del tiempo, hay poca distancia.
Tengo fe
(soy creyente) en que algún otro lector,
estudiante o no, pendiente de estos asuntos, encuentre más información (eso hacen
los informantes) y, diligentemente se manifieste amante de Ritos de Ilación al ilustrarnos a todos sobre estas rampicantes palabras.
¡Merci, Monsieur!
emalaver@gmail.com
Año V / N° CLXXXI
/ 27 de noviembre del 2017
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