martes, 15 de enero de 2019

Ah, su madre [CCXLIII]

Edgardo Malaver Lárez


Carlos Alcántara, en la realidad y en la ficción
protagonista de la serie
Asu mare



         Otra vez me encuentro rodeado del español de Perú... o como dicen aquí, del Perú. Bueno, en realidad no sé. Hace dos años, cuando viene por primera vez, sí me sentía mucho así, pero ahora en todas partes me voy encontrando también lo más bonito y lo más repugnante del español de Venezuela. Pero pretendo hablar de lo que es nuevo para mí, que es el español... del Perú.
         Hace dos años, me llamó la atención una especie de interjección que usaba todo el mundo y que al principio a mí, neófito en la música de esta habla nueva, me sonaba sólo como “¡Asu...!”, que algunas veces era sucedida por un casi ininteligible “¡mare!”. Después de unos días la vi escrita en la televisión como título de una comedia: “Asumare” y después comencé a oír “Asumadre”. Entonces lo comprendí todo. Querían decir: “¡Ah, su madre!”. Era una simple mentada, pero guardando las formas, una vulgaridad decente para expresar sorpresa o asombro.
         También hace dos años, me explicaba mi amigo Douglas Méndez que observaba que la gente de cierto nivel educativo podía darlo todo con tal de no decir “lisuras”, que es como llaman los peruanos las groserías. Los dos pensamos que eso podía ser un vestigio de la conducta colectiva de virreinato, pero tiene que haber otras causas. Por ejemplo, entro en el ascensor de un edificio de residencias y leo: “Está prohibido miccionar en el décimo piso”. Los niños en edad escolar no acostumbran decir siquiera orinar, pero los mayores de 35 años me dicen que cuando ellos estaban en primaria no decían miccionar.
         ¡Ah, su madre! Hay entonces, como en todas partes, gente queriendo cambiar las cosas de la lengua desde arriba o desde la derecha o desde afuera, en lugar de disfrutar lo que viene de adentro. Alguien anda por ahí, también aquí, diciéndoles a los demás, sin sustentación sólida, lo que no deben decir. Gracias a Dios, no todo el mundo obedece. A veces parece más que otras veces que el arbitrario fuera el hablante más que el signo.
         La economía del lenguaje un día hará que no se diga la expresión ¡ah, su madre! completa sino simplemente ¡asu! Algo así ha sucedido en Venezuela con naguará, por ejemplo. Lo fascinante de todo esto es que no importa dónde uno vaya, siempre va a encontrarse con la lengua, y siempre será ella la que le enseñe a uno el rostro el pueblo al que fuere.

emalaver@gmail.com



Año VI / N° CCXLIII / 15 de enero del 2019



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