lunes, 19 de enero de 2015

La susodicha [XL]

Edgardo Malaver Lárez

Para Abigaíl

            Algún documento legal debo haber estado leyendo yo en el momento en que me alcanzó por primera vez la palabra susodicho. Decía: “...la declaración que hace el susodicho ciudadano...”. ¿Sería un parte policial, una denuncia, una relatoría de tribunal? ¿De dónde lo habré sacado? Sin duda la fascinación del recién comprendido sistema que permitía convertir en sonidos comprensibles aquellos trazos negros sobre papel blanco me llevaba a desear convertirlo, traducirlo, leerlo todo, todo, todo. Y en una de esas me toparía con una partida de nacimiento, con una sentencia, un informe de comisario. ¿Desde qué antigua edad me habría estado esperando? ¿Qué intrincado azar habrá ideado la ruta por la cual lanzaría sobre mí su tentador anzuelo?
            Lo cierto es que la palabra susodicho me ha acompañado desde aquel día en que la vida la atrajo a mi vista. Cuando no había estudiado francés, me eran algo ajenas esas primeras sílabas que antecedían al archiconocido participio del verbo decir. Suso- apenas me hacía pensar en el nombre de la única reina de belleza que yo pensaba que existía, Susana Duijm, que era ya una mujer elegantísima cuando abrió los ojos al mundo; en bachillerato, cuando el profesor Alberto Marín, que nunca me dio clases pero era amigo de mi madre, dijo en un discurso del día de Juan de Castellanos: “Haré una sucinta reseña de la historia de este liceo...”, mi mente me disparó, una vez más, como lo hacía cada cierto tiempo, la palabra susodicho y se preguntó si las dos tendrían algún parentesco, si sería consanguíneo o por afinidad, si habrían coincidido antes en la vida de otra gente, si tendrían el mismo origen o era un “evento de la casualidad” que se parecieran tanto. Necesité ver en el periódico poco después que alguien usaba otra vez la palabra sucinta para entender que no podían ser de la misma familia porque, en realidad, ahora que la veía escrita, no comenzaban igual. Y un día Arturo Úslar Pietri dijo en Valores humanos que la I Guerra Mundial había suscitado en el mundo una inmensa desconfianza. ¡Otra palabra...!
            Susodicha, Susana, sucinta, suscita. Ya podía —¿cuándo no había podido, cuándo no lo había hecho?— jugar con aquellos sonidos y aquellas imágenes, que, en lugar de confusión, creaban alegría en la mente. La susodicha Susana suscita sucintos suspiros, sutiles susurros y suspensos sucesos de surtidas sustancias en susceptibles sustitutos. Al llegar por fin a mis manos, comenzando cuarto grado, el diccionario se convirtió en mi juguete favorito.
            Cuando comencé a aprender francés y me enteré de la existencia de las palabras sur y sus, deduje que aquel susodicho... ¿prefijo? de mis trabalenguas tenía que tener algo en común con ellas. Si éstas eran equivalentes a ‘sobre’, ‘arriba’, ‘encima’, susodicho tenía que ser ‘lo dicho arriba’, ‘lo mencionado antes’. Y creó Dios la luz y vio que era buena.
            Después la palabra habrá decidido irse al desierto a meditar, porque hacía tiempo que no se me atravesaba en el camino. Hace 11 días, sin embargo, Abigaíl, mi hija mayor, me reveló en medio de una conversación electrónica que “le encanta esa palabra”, y esto ha resucitado en mí aquella ruleta de los sonidos y las imágenes. Los usos dichos; las uso dichas; las uso, oh, dicha; las u, so dicha; él, su uso dicho...
            Todo lo antes dicho revela cómo urden las palabras para sobrevivir a los hombres. La susodicha niña conservará esta palabra cuando yo me vuelva silencio en la tierra, y sus hijos y sus nietos jugarán con ella, como yo, ojalá, generación tras generación, hasta que carne y palabra sean, otra vez, uno solo y el mismo ser.


emalaver@gmail.com



Año II / Nº XL / 19 de enero del 2015

2 comentarios: