Mi
reciente estadía en Venezuela en la Navidad pasada volvió a despertar en mí la
nostalgia de leer mis autores predilectos, venezolanos muchos de ellos, los
cuales no pueden hallarse en las librerías de Quito. Pero una serie de
desafortunados sucesos (que serían muy largos de explicar aquí) me impidieron
llevarme mis libros. Y así fue el caso que, aunque volví a mi apartamentico
alquilado con un montón de vivencias, ropa de invierno de mis años en Alemania
que ha resultado ser de gran utilidad aquí y un montón de documentos que pude
rescatar oportunamente, una vez más volví sin libros de autores venezolanos.
Esa
circunstancia me hizo retomar mis lecturas en formato digital, es decir, en los
formatos .doc, .docx, .epub y .pdf, a los que ya estaba recurriendo. A esa
situación debo añadir ahora la circunstancia por todos conocida y padecida del
confinamiento involuntario producto de la pandemia, que me ha hecho tomar
conciencia de cuán necesarios (y a veces hasta indispensables) se han vuelto
esos soportes digitales, aun cuando para mis adentros sigo siendo un hombre de
libros, de los libros de toda la vida.
Porque
el libro ha sido nuestra principal fuente de acceso al conocimiento a lo largo
de los siglos, y de pronto, en apenas un parpadeo del tiempo de la historia
humana, aparecen los llamados libros digitales, una evolución del formato del
libro que surgió con el advenimiento de las computadoras personales (en las que
empecé a trabajar hace algo más de veinte años), potenciado luego por la
llegada del Internet, y aún más en los últimos diez años, con el boom de los smartphones. Un hecho tan transcendente
como ése volvió analógicos (o análogos, una expresión que viene del campo de la
electrónica) a los viejos libros, en contraposición con los nuevos digitales. Estos
últimos son los que ahora estoy leyendo. Aquí en Quito solo tengo algo más de
una docena de mis viejos libros analógicos —casi todos
en alemán—,
pero una verdadera montaña de libros .docx, .epub y .pdf se agolpan en el disco
duro de mi laptop, dos discos duros externos y numerosos CD y DVD de datos, en
gran parte respaldos de los archivos de mis hermanas, humanistas, intelectuales
y ávidas lectoras las dos, con obras de autores tan diversos como Michel
Foucault, Gaston Bachelard, Maurice Blanchot, Étienne Gilson o George Steiner,
y narradores tan dispares como J.R.R. Tolkien, Antonio Tabucchi, Sandor Márai o
Henning Mankell. Y eso sin contar mis propios libros, autores e idiomas.
Debo confesar que, ante semejante
avalancha de libros, pido a Dios que dé un empujoncito a mi disciplina personal
para poder leerlos todos. Esta cuarentena de desenlace abierto es una gran
oportunidad para ello, y al mismo tiempo es una situación que, al menos en lo
que al ámbito personal se refiere, resuelve a modo de hecho consumado el
conflicto entre lo análogo y lo digital en la lectura a favor de lo digital.
suzcategui2012@gmail.com
Año
VIII / N° CCCI / 27 de abril del 2020
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Yo, igual que tú, soy amante del libro "análogo", como lo defines en tu texto. Soy amante del libro (en físico) en papel y disfruto un montón pasando una a una sus páginas después de leerlas.
ResponderBorrarGracias, Luisa Teresa, por tu comentario! Realmente lo mejor es un libro de verdad!
BorrarIgualmente prefiero los libros (en físico ) pero toca en esta época y situación acudir a los digitales. Saludos. Karin
ResponderBorrarSí lo sabré yo! Y gracias a ti también, Karin, por dejar comentario! Saludos cordiales
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