¡FELIZ DÍA DEL IDIOMA!
Por
un lado, la lengua, que refleja y defiende con profundo rigor las convenciones
sociolingüísticas: todo aquello que ayuda a evitar el surgimiento de una
cataclísmica Torre de Babel dentro de un mismo sistema de comunicación. Suele
ser más cerrada y estricta, sobre todo en lo relativo a los preceptos
gramaticales, pero (aunque muchas veces reacia) no cohíbe ni mucho menos
prohíbe la evolución léxica, siempre y cuando esta responda a una necesidad
sociolingüística real.
Por
el otro, el habla, que aunque en términos generales suele seguir a su hermana
más tradicional y comedida, tiende a ser rebelde, se inclina más hacia lo
informal, hacia lo sabroso de la expresión natural, pero lamentablemente
también suele emplearse como excusa superficial para justificar invenciones
léxicas que más que evolución (proceso al que suelen atribuírsele) parecen
reflejar indolencia, descuido o incompetencia del individuo o grupo de
individuos que las proponen, conduciendo ineludiblemente al empobrecimiento del
medio de expresión.
Por lo general, cuando levantamos la ceja al leer un
texto, solemos evocar con marcada suspicacia y poco cariño y respeto a dos
consagrados villanos de las producciones lingüísticas: el descuidado, flojo o
incompetente traductor que escribe pero no traduce y la conveniente y
discrecionalmente desacertada Real Academia Española.
Palabras como compleción
(hasta hace poco, la única entrada del DRAE para denotar la acción y el efecto
de completar), cumplimentar e incluso
compartición están registradas y
debidamente expuestas en el “Libro Gordo de Petete” panhispánico, pero en
realidad parecen ser muy pocos los hablantes (si es que los hay) que emplean
naturalmente la palabra compleción
para referirse al proceso o al efecto de completar y, en su lugar, prefieren el
uso de completación, lo que por
simple lógica evolutiva condujo a la reciente inclusión de este lema en el
odiado pero siempre consultado diccionario de la lengua española. Siempre sentí
que compleción lamentablemente había
nacido con algún defecto congénito, algo pareciera faltar en esa inflexión
tratándose de un término que aparentemente proviene del verbo completar. Completación, por su parte, pareciera gozar de mayor integridad
morfológica y etimológica, aunque muchos sigan sintiendo que su salud fonética
dista mucho de lo agradable y más aún de lo perfecto. Otro vocablo relacionado
es completitud: lo defiende la
lengua, lo detesta el habla. Por lo general, recurrimos a fórmulas o voces
“salvadoras” como lo completo de o integridad para evitar ese completitud que nos convertiría en los hazmerreír
o en los “malhablados” del grupo.
En el caso de cumplimentar,
aunque su primera acepción en el DRAE nos dice que tiene que ver con ‘hacer un
cumplido’ (o algo por el estilo), suele figurar en los diccionarios bilingües
como una opción para fill in, pero en
realidad creo que nunca me atrevería a usar este verbo para denotar algún
cumplido y muchísimo menos para dar la idea de llenar o rellenar (un
formulario, por ejemplo).
Por otra parte, compartición
comparte con completación su salud
lingüística, pero lamentablemente también parece producir la misma aversión
fonética, lo que causa la impresión de que su uso habitual y masivo está
proscrito entre los hispanohablantes. En general, desconozco la causa, porque
si de la fonética dependiera, no se utilizaría tanto en Maracaibo la expresión vergación (que más bien funciona como
una interjección para denotar gran asombro, sorpresa o indignación) y, sin
embargo, es una palabra de uso muy común en esta ciudad del extremo occidental
venezolano. El hecho es que muchos prefieren incluso usar compartir (la nominalización del infinitivo) antes que aceptar la
justa pero “indigna” validez de compartición.
“Este viernes tendremos un compartir en la empresa” (¡Vergación!).
Es tan avasallante e implacable el escrutinio al que
es sometida la RAE a diario por sus desaciertos, o supuestos desaciertos, que me
atrevería a basar en ello la explicación para que hayan incluido recientemente
en su diccionario general el adefesio lingüístico accesar, triste invención del campo de la informática (sí, muy
probablemente con la decisiva ayuda del traductor descuidado, flojo e
incompetente) que prefirió crear un monstruo antes que reconocer que ya existía
y existe en la lengua española un verbo que puede denotar perfectamente la
acción de ‘obtener acceso a’, aunque su primera acepción haya sido
tradicionalmente la de ‘consentir en lo
que alguien solicita o quiere’, que es el verbo acceder. “Pudo accesar el sitio web luego de varios intentos”, “Pudo
acceder al sitio web luego de varios intentos”. ¿Cuál de esas dos expresiones
infringe de manera subyacente la norma de la economía del lenguaje?
Afortunadamente, el Diccionario Panhispánico de Dudas, de la misma RAE, sigue
proscribiendo enfáticamente el uso, según ellos, del americanismo, accesar.
Propuestas
como millardo o implementar, con los infaltables pros y contras lingüísticos y
extralingüísticos, parecieran responder decentemente a la tan aludida economía del
lenguaje al permitir expresar con una sola palabra conceptos que (a diferencia
del idioma inglés, por ejemplo) solían requerir el uso de frases nominales o
verbales para su comunicación efectiva. Ahora bien, en casos como accesar y voces similares como aperturar (ámbito financiero), significancia (ámbito estadístico) y app (ámbito informático-publicitario), pareciera
que la genuina necesidad lingüística inexplicablemente pierde terreno ante la
indolencia del hablante y la terrible indiferencia indiscriminada del autor, el
especialista o el traductor que tratan de solventar sus dificultades de
expresión o comunicación con semejantes invenciones que lejos de contribuir al
enriquecimiento del léxico español, parecieran empujarlo irremediablemente hacia
el enorme y aterrador agujero negro de los sinsentidos.
Otro
ejemplo que ilustra claramente el constante “tira y encoge” entre la lengua y
el habla, y que aprovecho para traer a colación en esta oportunidad debido a su
ya frecuente y masivo uso impulsado por la ingente expansión de los servicios
de mensajería instantánea y las redes sociales, es el término emocicono, perfecta contracción española
de las voces emoción e icono, y las pobres traducciones emoticón o emoticono, siendo sorprendentemente este último el único de los
tres vocablos que registra el DRAE hasta la fecha, con la definición de ‘representación
de una expresión facial que se utiliza en mensajes electrónicos para aludir al
estado de ánimo del remitente’. Aparentemente, la lengua tendría sobrados
argumentos para declarar que emocicono
goza de plena salud lingüística, pero caprichosamente el habla parece haber
desahuciado este término en favor de sus poco evolutivas y muy revolucionarias
alternativas, algo que podemos comprobar fácilmente al “googlear” (¡y vaya que
es traviesa el habla!) estas tres voces.
Ahora
que lo pienso mejor, el habla podría defender a aquella tarada o perversa
persona del registro civil que dio al niño el nombre oficial de “Ro-ro-roberto”
en lugar de Roberto, que era como quería llamarlo originalmente su padre
tartamudo (a quién la lengua literalmente le jugó una mala pasada, ¡y más aún
al niño!).
eventum2006@gmail.com
23 de abril
del 2020 / Año VIII / N° CCC
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de Ninson Mora:
Tal cual, a veces hablar o escribir de manera correcta te hace ver como el mal hablado o el bicho raro, mientras que la RAE, las nuevas generaciones y el reggaeton nos siguen dando sorpresas. Muy buenas líneas ¡Te felicito!
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