Ninson Mora
Baralt,
el primero que llamó a
Maracaibo tierra del sol amada en el poema “Adiós a la patria” de 1845 |
Durante aquellos embelesadores relatos,
Mabuela (como la llamábamos cariñosamente) evocaba historias que tuvieron lugar
en sus distantes años de moza en su natal terruño andino y que, las más de las
veces, para mí resultaban tan entretenidas y cautivadoras como maravillosas e
inverosímiles (algo que más de una década después aprendí que se llamaba
“realismo mágico”, una corriente literaria de la que nunca tuvo conocimiento).
Sin embargo, de aquellas cuasiconfidencias
(contadas con sumo sigilo, como para que los personajes de sus memorias no
fueran a sentirse delatados) siempre he recordado ciertas expresiones o
palabras que Mabuela solía usar y a las que yo, en aquel entonces (cual
carajito impertinente y desdeñoso de no más de ocho años), frecuentemente
reaccionaba o bien con una sonora carcajada o bien con una osada y arrogante
corrección, basado en lo que mi muy limitado vocabulario infantil indicaba como
apropiado.
Una de las expresiones que más me
hacían reír al principio, y que luego más me crispaba porque nunca logré
“corregir” en ella, surgía cuando la historia parecía alargarse demasiado y mi
impaciencia pueril me empujaba a preguntar ansioso por el tan esperado
desenlace. Entonces, Mabuela, con cierta picardía, decía: “¡Aguaitá, muchacho,
aguaitá!, su preciosa versión supuestamente autóctona (pensaba yo que
probablemente de origen indígena) de lo que años más tarde terminé asociando
más a la expresión anglosajona “hold your horses” por su contenido y, por
supuesto, más específicamente al verbo await
de la lengua del inmortal Guillermo Agitalanza, por su forma. El DRAE presenta
la entrada aguaitar como un derivado
del catalán guaita (vigía,
centinela), claramente vinculado a las acepciones de ‘cuidar’, ‘guardar’ y ‘mirar’,
pero no me cabe la menor duda de que la abuela usaba el verbo exclusivamente
con el sentido de ‘esperar’ o ‘aguardar’, por lo que inevitablemente sospecho
de algún tipo de influjo inglés.
Ahora, divagando un poco de la
sabrosísima forma de hablar de la abuela, pero en el mismo orden de ideas,
también recuerdo con una sonrisa de oreja a oreja cómo mi madre solía emplear
el inusual eufemismo de “porfiadito/a” para aludir a una persona físicamente
muy poco agraciada, o aquella vez cuando, al verme tratando de imitar a mis
hermanos mayores mientras aprendían el nombre formal de los dedos de la mano y
al concluir que aquellas denominaciones resultaban demasiado complicadas para
un niño tan pequeño, jocosamente me dijo: “Te voy a enseñar una forma más
divertida de aprender cómo se llaman los dedos”, y entonces, con tono solemne,
actitud relajada y un gran rigor didáctico, soltó: “Chiquito y bonito, galán de
sortijas, largo y bobo, chupaplatos y matapiojos”. Creo que no tuvo necesidad
de decirlo más de dos veces, lo aprendí de inmediato, y entonces corrí al lugar
donde mis hermanos mayores aún se devanaban los sesos para aprender nombres
“tan complicados y sin sentido”, ¡y me burlé de ellos porque yo sí aprendí
rapidito los verdaderos nombres de los dedos!
En conclusión, de cómo el verbo await del idioma inglés o el sustantivo guaita del idioma catalán pudieron haber
devenido en aquel aguaitar, tan
extraño para un niño que nunca lo escuchó antes (y hasta donde logro recordar,
tampoco después) de ninguna otra persona en su entorno familiar o colegial y
que solo unos cuantos años más tarde (con marcada sorpresa e incredulidad)
encontró registrado y claramente descrito en el DRAE, no tengo idea, y honestamente
no tengo la intención de averiguarlo, pero lo que sí sé con toda seguridad es
que desearía enormemente retroceder en el tiempo y disfrutar y nutrirme, sin
ningún tipo de prejuicio, de aquel rico léxico folclórico que doña Juana y doña
Josefa regalaban a manos llenas y que tristemente no supe aprovechar.
(Con mi
eterno amor y agradecimiento)
eventum2006@gmail.com
Año VII / N°
CCXC / 10 de febrero del 2020
Wuuaaooo tío! me hiciste transportarme a muchos años atrás. Mi imaginación voló hasta aquel inmenso patio donde solía jugar. Maguela y Josefa siempre vivirán en nuestros corazones... Es tal cual como dices, son momentos maravillosos con nuestros seres queridos que no sabemos aprovechar.
ResponderBorrarSencillamente hermoso hermanito bellos recuerdos de nuestra infancia, Josa con sus canciones mejicanisimas y maguela con sus anecdotas,inolvidables momentos
ResponderBorrarMe encantó el pasaje sobre el "tono solemne"el "rigor didáctico" de su mamá para enseñarle los 'verdaderos nombres' de los dedos. Gracias por compartir estas anécdotas.
ResponderBorrar¡Qué lindas líneas!
ResponderBorrarMuy interesantes y divertidas
¡Un abrazo!
Oriana
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ResponderBorrarImpecable... así da gusto leer. Ninson, ¡grande!
ResponderBorrarHola Ninson, gusto en saludarte, muy hermoso tu escrito y pensar que a veces nos reíamos de algunas palabras extrañas para nosotros,y sin que ellos lo supieran eran palabras sabías felicitaciones y gracias por traer a nuestra memoria esos momentos de nuestros antecesores, un gran abrazo de tu cuñada Luisa
ResponderBorrar¡Bello relato!. Mientras leía,lagrimas de emoción y orgullo rodaban por mis mejillas;siempre tu hermanito, tan pendiente de los bellos detalles que han rodeado a nuestro amado y hermoso grupo familiar.Grandes añoranzas afloraron en mi alma cuando mencionaste a nuestras amadas Mabuela y Josefa,que aunque,estando ausentes físicamente,siempre las tenemos presentes en nuestros corazones y en lo mas profundo de nuestras almas.
ResponderBorrar¡Te amo hermanito!.