Oliwia Dabrowska, la niña del abrigo rojo de La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg |
Mi
profesora de Castellano y Literatura de cuarto año de bachillerato se sabía de
memoria todo el libro de texto —sí, el de Raúl Peña Hurtado y Luis Rafael Yépez—.
Lo descubrí una mañana que llegué tarde a clase, como cada martes y cada
jueves, y me senté al lado de Shiraz Dahouk, la única muchacha árabe que había en
mi grupo, para que me indicara por dónde andaban; Shiraz me mostró la primera
página del capítulo, y yo lo busqué en el índice; después ella levantó tres
dedos y yo interpreté que estábamos leyendo el tercer párrafo. A mitad de
párrafo, se me cayó la quijada en el libro al percatarme de que la pobre mujer,
caminando por entre los pupitres, recitaba, palabra por palabra, lo que decía
Menéndez Pidal sobre el Cantar de mío Cid.
Una
forma sin duda poco estimulante para que los jóvenes estudiantes se interesen
en un texto importante pero cuyo primer acercamiento será siempre difícil por
causa de la distancia en el tiempo, aunque en teoría la lengua sea la misma. Algunos
episodios de la historia de Rodrigo, sin embargo, no se dejaron opacar por
aquel lastimoso ejemplo. Uno de ellos es el de la “niña de nueve años” que le
advierte al Cid que debe irse de Burgos porque su presencia pone en riesgo a
los habitantes, que han sido amenazados por el rey de perder los ojos si lo
ayudan. Mil veces ha venido a mi memoria aquella primera impresión que me causó
el demoledor abandono que significaba para el Cid el hecho de que fuera apenas
una niña indefensa la que se atreviera a hablarle, mientras los demás, aun
considerándolo un buen hombre, se escondían.
Andrés
Bello, sin embargo, nos sorprende con la idea de que esta niña que le habla al
Cid no es precisamente un niña, sino más bien una naña, es decir, una anciana. Y nos da una buena explicación:
En la edición
de [Tomás Antonio] Sánchez se lee una niña de nuef años;
pero el razonamiento que sigue se atribuye a una vieja en la Crónica [del famoso cavallero Cid Rui Díez Campeador], capítulo 91; lo cual
es infinitamente mas natural i propio, no habiendo nada en él que no desdiga de
una niña, a menos que se la supusiese sobrenaturalmente inspirada,
circunstancia de que no hai el menor indicio en la narración. Atendiendo a que
la Crónica va aquí paso a paso con el
Poema, tengo por seguro que está
viciado el texto del códice de Vivar, o de la edición de Madrid, i que debemos
leer “una naña de sesenta años”. Naña
significaba ‘mujer casada’, ‘matrona’ [Berceo, Duelo, copla 174; Alejandro,
copla 1017]; i suponiendo que los números se hubiesen escrito a la romana, como
a menudo se hacía, era un lijerísimo rasgo lo que diferenciaba a nueve de sesenta. Facilísimo era que la pluma májica de un copiante
trasformase a la naña de LX años en una niña de IX.
El Diccionario
de la Academia Española trae nana en
lugar de naña; pero que en el siglo
XIII se pronunciaba naña lo prueban
irrefragablemente los pasajes citados de Berceo i del Alejandro, en que consuena con sana,
extraña, compaña, montaña, faciaña (fazaña, hazaña).
El
cine y la literatura han querido imitar... o han imitado sin querer esta imagen
de la niña que se levanta inerme ante un gigante como Ruy Díaz de Vivar: la
Cosette de Víctor Hugo, la vendedora de los fósforos de Andersen, la niña
vestida de rojo de Spielberg. Y resulta que, en rigor, de veras que tiene mucho
más sentido que sea una anciana.
Aun
así, la obra pervive. La serena palpitación de aquella lengua castellana
inicial y de aquella historia real contada en términos de ficción nos ha
conducido a otros caminos, también luminosos —celebro aquí la novela Mío Cid Campeador (1928), del poeta
Vicente Huidobro—. No importa, entonces, el desdén de algunos o el descuido de
otros, la sombra del olvido no caerá sobre el Mío Cid porque, como literatura, nos cuenta lo que no vemos dentro de
nosotros mismos.
emalaver@gmail.com
Año VII / N°
CCLXX / 12 de agosto del 2019
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