Ariadna Voulgaris
En mi
artículo del 5 de septiembre del 2016 (Ritos CXXII), me disculpaba con los lectores por escribir la palabra pseudónimo “a la antigua”; afirmaba que
existía una razón para ello, pero nunca la revelé. Hoy les confieso que no
deseaba hablar de los pseudónimos, sólo era la introducción a mi verdadera
intervención, que trataba de esos prefijos griegos que más parecen errores de
tipeo que pedacitos de palabras.
Con
lo difícil que resulta aprender a leer y escribir y además tiene uno que
apechugar con estos bichitos raros que llevan letras entrometidas donde no es
lógico que aparezcan. Pseudo- es uno
de ellos. En griego, literalmente, significa ‘falso’. Muy bien, si tenemos pseudónimo, sabemos que ese nombre no es
el verdadero; si tenemos pseudopolítico,
pensamos en algunos enanos que se visten de gigantes para entrar en los
palacios de gobierno. El problema es la ortografía (palabra griega también,
pero harto más recatadita): esa pe que se atraviesa antes de comenzar la
palabra. Pasa con el prefijo ‘psico-’, que uno sabe que se refiere a todo lo de
la mente, pero ¡¿por qué trae esa molesta pe delante?!
Y el 16 de octubre de este año, Luis Roberts
escribió, en la sexta entrega de su “Viaje a la RAE” (Ritos CLXXIV), que algunas palabras, principalmente griegas, que el
español ha conservado, que él llama “grupos consonánticos cultos, pero
silenciosos”, han mantenido “grupos de consonantes [que] son impropios del español: ftalato,
gnomo, ptialina, psicología, psoriasis, dismnesia, ctenóforo, tsunami”. El profesor Roberts no ha
hecho más que ahorrarme trabajo. Los ejemplos son, como dicen los españoles,
impagables. Apenas si se me ocurre agregar ctónico,
que aprendí un semestre que cursé Literatura y Vida en la Escuela de Letras, y mnemotecnia, que se ha estudiado aquí en
Ritos.
La
explicación no puede ser más sencilla: los pueblos y las culturas de las que
provienen esas raíces y prefijos asignan importancia y significación a tales
sonidos; en cada lengua las sílabas se dividen de formas diferentes; en la
oscura noche del origen de esas palabras, que bien puede ser el origen de esas
lenguas, existía para los hablantes una identidad total entre esos sonidos y la
cosa mencionada. Que tales combinaciones de sonidos hayan cruzado las fronteras
de aquellos pueblos es señal de éxito, y que otros grupos humanos hayan
adoptado tales significantes es señal de fortaleza del signo.
Por
otro lado, los cambios en la ortografía son pasos en la evolución de las
lenguas vidas, de modo que no hay duda de que un día nadie recordará esas
consonantes impertinentes que hoy todavía se atraviesan en algunas de nuestras
palabras cotidianas. No hay que sorprenderse, aunque no es para nada
despreciable el esfuerzo por conservarlas como parte de una tradición que hemos
iniciado nosotros mismos. Todo lo que aprendemos a decir de niños y lo que
aprendemos después es resultado de esa dialéctica entre lo antiguo y lo nuevo.
Más vale aceptarlo, porque lo que pasó no se puede cambiar, porque todo eso
representa belleza y riqueza para la lengua, y porque la lengua es indetenible.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año V / N° CLXXXV
/ 18 de diciembre del 2017
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