lunes, 24 de julio de 2017

Un tiro al gobierno y otro a la revolución [CLXII]

Edgardo Malaver


 
Revolucionario y gobernante, Bolívar estaría hoy
de cumpleaños. Grabado de M.N. Bate (1819)



Al niño don Simón, en su patio de granados
que siempre estaban en flor.

         ¿Cuándo se habrá puesto de moda la expresión un tiro para el gobierno y otro para la revolución? ¿Y dónde la habrán pensado por primera vez? Tendría que haber aparecido en una situación en que un gobierno estaba a punto de caer porque un grupo sedicioso se había levantado contra él y hubo un enfrentamiento armado, en que, aun así, había algunos indecisos... o más humano todavía, algunos que deseaban aprovechar lo mejor, o lo peor, de los dos mundos.
         Si se me hubiera ocurrido escribir esto hace cinco años, habría pensado en los enemigos de Bonaparte, en los de Bolívar, en los de Betancourt. Hoy, por más que la fuerce, mi mente no puede pensar en otro gobierno ni en otra “revolución” que los que componen la paradoja que vive en este instante Venezuela. ¿Quién es el gobierno y quién es la revolución? ¿Cómo se reconoce dónde está cada quién? ¿Nos ofrece la lengua alguna señal?
         ¿Qué pone el diccionario sobre estas palabras? La segunda de las 11 acepciones de gobierno dice: “Órgano superior del poder ejecutivo de un Estado o de una comunidad política, constituido por el presidente y los ministros o consejeros”. La segunda de las siete acepciones de revolución es: “Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional”.
         Es difícil imaginarse que un gobierno desee, permita o promueva alteraciones, alborotos o desórdenes. Son conceptos opuestos, adversos, antónimos. Es decir, la oposición que existe entre gobierno y revolución es la misma que hay entre autoridad y rebeldía, entre poder y desobediencia, entre paz y violencia. Lo curioso de nuestra circunstancia es que el gobierno se llama a sí mismo ‘revolución’. Cuando una revolución llega al poder, ¿no deja de ser revolución y se convierte en gobierno? He ahí la paradoja que desvirtúa la expresión popular.
         La vida, la realidad, las situaciones políticas no pueden ser nada más ni ir más allá ni tener mayor corporeidad que las metáforas bélicas. Ni siquiera la lógica puede dejar de quebrantarse ante las imágenes visuales del habla popular; pero algo intrincadamente extraño tiene que estar pasando para que tranquilidad y zozobra se hayan mudado al mismo campo semántico. Alguna anomalía tiene que estar ocurriendo para que los antónimos, siempre en inevitable disputa, se hayan ido convirtiendo en sinónimos, que antes eran tan cordialmente similares entre sí. Alguien tiene que estar lanzando una piedra a los aqueos y otra a los troyanos.
         Lo que no podemos dudar es que, al final de este laberinto —el político y el lingüístico—, la lengua de Venezuela también se verá un nuevo rostro, sentirá una nueva palpitación. Quizá sea menester para ello suprimir la vibrante múltiple del sustantivo revolución. O que revolución vuelva a ser, como insinúa el diccionario, un sustantivo que se opone a gobierno, particularmente durante alguna confrontación con él. O que el gobierno no le dispare a nadie para que nadie sienta el justo instinto de dispararle al gobierno, ni siquiera por los labios.
         Verdaderamente, está en plena revolución un enredo lingüístico. Algo tendrá que pasar para que no nos salga a todos el tiro por la culata.

emalaver@gmail.com





Año V / N° CLXII / 24 de julio del 2017

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