Edgardo
Malaver
Allá, más allá, allende. Monumento a Colón
en Barcelona, España (foto: R. Villalobos)
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Nada como el luminoso momento en que
uno logra ver —ver, sí, porque es una
percepción visual— el parentesco entre algunas palabras que antes pensábamos
lejanísimas. Darse cuenta de que la simple apariencia de una palabra nos da
señales de su significado porque, aunque lo creamos descabellado, se parecen
muchísimo a otras que conocemos bien... ese momento es un tesoro.
Pienso, por ejemplo, en el momento en
que uno se percata —habitualmente es por accidente— de que allá, aunque parezca que no, tiene desde antiguo su relación
consanguínea con allende. Lo mejor de
todo es poder entender una a partir de la otra. Y después, poder entender otras
a partir de estas dos... porque una vez que se entiende esto, uno se pregunta:
¿y cuál corresponde a acá? Pues aquende. Aquí, donde está uno; allá, un
lugar lejano donde uno no está. Aquende, más acá. Allende, más allá.
Y por ese camino, llego al punto de que
acá y aquí, que parecen tan diferenciados, en realidad se forman casi con
los mismos sonidos. La diferencia es la caprichosa escritura que les da el
castellano. ¿Y allá y allí? Dos formas literalmente gemelas,
que crecieron y se volvieron mínimamente distintas. ¿Y la leve, levísima,
diferencia que uno siente —siente,
sí, porque es dificilísimo verla— entre allí
y ahí? También hay esa ínfima
diferencia, quizá más ínfima, entre aquí
y acá. “Yo vivo aquí” no puede ser
exactamente equivalente a “Yo vivo acá”, y, aunque muchísimo menos visible,
puede sentirse una diferencia entre “Ven acá” y “Ven aquí”. Si a uno le preguntan
“¿Dónde está la silla azul?”, para muchos —digo muchos para no sentirme tan solo— resulta casi imposible responder “Acá”.
Digan lo que digan los autores de crucigramas, no son uno solo y el mismo.
Acá,
allá y acullá, que en conjunto parecen, a primera vista, una gradación de
distancia, mirándolas mejor revelan una creatividad harto sencilla que, por
tanto, es harto efectiva. La curiosa palabra acullá está formada, como se ve ahora que la reexaminamos, por acá y allá. Digamos que la suma de la una y la otra da una distancia
mayor a lo cercano y a lo remoto, un más
allá.
Quién sabe, seguramente se me escapan
ideas. Ver aquende nuestras narices puede ser tan fatigoso como ver allende los
mares, ya lo confirmará el Almirante. Sin embargo, es cierto que después de
descubrir una isla por aquí y una bahía más allá, comienza uno a colegir que allende
esas playas puede haber territorios más generosos, más fértiles, más lujuriosos
para la vista... y allende la vista.
emalaver@gmail.com
Año IV / N° CXXIII
/ 12 de septiembre del 2016
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