Edgardo
Malaver
En la antiescuela se aprende viviendo,
dice Úslar Pietri.
Los hijos de los
barrios (1967), de César Rengifo
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Y hoy, al volver la excursión
de niños a la mañana,
yo he vuelto a oír tu campana
cantando en mi corazón.
“Glosa para volver a la escuela”, Aquiles Nazoa
El artículo de Ritos de esta semana fue escrito en el 2008. En junio de ese año,
me dejé convencer de participar en una serie de talleres sobre herramientas
metacognitivas para el análisis textual que ofrecía la Universidad Simón
Bolívar para profesores de secundaria. Entre los textos incluidos en el
programa estaba aquel magnífico artículo de Arturo Úslar Pietri titulado “Escuela
y antiescuela”, publicado en 1974 en “Pizarrón”, la célebre columna del autor
en El Nacional. La discusión que
nació durante la sesión dedicada a este artículo fue hermosa y enriquecedora, porque
todos los presentes en algún momento habíamos sentido la frustración de que la
escuela, para decirlo con brevedad, suele conseguir resultados menos inmediatos
que la calle, es decir, la antiescuela, y casi siempre menos deslumbrantes para
los muchachos.
Esa noche, al llegar a casa, les
escribí a las participantes —sí, todas eran mujeres—:
Hola, muchachas.
Esta mañana, una de las miles de cosas que me faltó mencionar en el
taller fue la etimología de la palabra escuela. En La
fascinante historia de las palabras (2004), de Ricardo Soca, encuentro
esto:
En la Grecia antigua, el vocablo skolastikós no
guardaba ninguna relación con la enseñanza ni con el estudio, sino que se
refería al individuo alegre y feliz, que vivía como le gustaba. Probablemente
debido al amor de los griegos por el estudio y el conocimiento, la
palabra skolé, que inicialmente significaba ‘recreación’, ‘distracción’,
‘ocio’ o, simplemente, ‘tiempo libre’, pasó a ser usada más tarde para
denominar el lugar donde los niños aprendían, significado que fue tomado por
los latinos en la palabra schola con el mismo sentido que
nuestra escuela.
Otra vez los griegos tenían razón: si tenía que existir la escuela, que
fuera un lugar para la recreación, para el tiempo libre. Y si había que
aprender algo en ella, que fuera con placer. No hay mejor manera de aprender lo
que sea... el método que usa ahora la “antiescuela”. ¡Con razón tiene tanto
éxito! [...]
Bueno, las dejo en paz para que lo disfruten.
Hasta luego.
Hoy regresamos a clases en la Escuela
de Idiomas Modernos. Es inevitable para mí pensar en aquel dulce poema de Aquiles
Nazoa en que se acuerda de su niñez y dice: “Comienza el año escolar / y
septiembre en Venezuela / vuelve a ser como una escuela / que se abre de par en
par”. La experiencia de la escuela tiene que ser feliz porque ella tiene algo
que todos queremos. Sea con alegría que lo busquemos.
Nos vemos en clase.
emalaver@gmail.com
Año IV / N° CXXIV
/ 19 de septiembre del 2016
Buenísimo profe :)
ResponderBorrarHermoso. Me recordó todos mis septiembres allá. :) Pax et bonum!
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