Edgardo Malaver
Ciertamente,
tal como ha estado usted pensando desde la semana pasada, ese signo que usa de
vez en cuando para señalar que está omitiendo algún sonido en una palabra se
llama apóstrofo, no apóstrofe. En mi caso, lo conocí cuando
comencé a estudiar inglés. Luis Manuel Rojas y yo, un día a mitad de primer año
de bachillerato, le preguntamos al profesor cómo se llamaba esa “comita” que él
ponía en el don’t, en el wasn’t y en el won’t, y él, con toda la apariencia de saber lo que decía, nos
respondió: “Apóstrofe”. Por aparentar, aplausos; por lo otro...
El
problema es casi nulo —para los tiquismiquis serios de la lengua, que,
a pesar de las apariencias, no abundan—, porque a nadie se le ocurre pensar, si
le dictan: “Doble ve, o, ene, apóstrofe, te”, que tiene que citar a Homero, a
Dante o a Bello en medio de una negación del auxiliar de futuro. El contexto y
el sentido común, sin que uno se esfuerce, conducen rápidamente a la solución.
El verdadero problema son los tiquismiquis superficiales, los que creen que el
conocimiento de la lengua sólo es útil para restregarles a los demás en la cara
la ignorancia de la que ellos mismos padecen. Por eso son... tiquismiquis.
Intentando
infiltrarme en el primer grupo, llevo unos 20 años deteniéndome fielmente en
cada apóstrofo que me tropiezo en español y hoy siento que ya puede ser el
momento propio para expresar la conclusión que más me seduce desde hace miles de días: que
el apóstrofo no hace ninguna falta en español. ¿Para qué hace falta escribir pesca’o, si escribiendo pescao está perfectamente dicho lo que
se desea decir? ¿Está mejor escrito Mira,
m’hijo que Mira, mijo? Si es
cierto que se desea indicar dónde falta un sonido, ¿por qué nadie escribe fó’foro, e’cepción, contr’ataque? En
la oralidad, decimos todo el tiempo frases como Vamos a venos mañana pa contanos to los chismes y luego en la
escritura algunos intentan “adecentarlas” con apóstrofos. ¿De veras necesitamos
indicar en la escritura dónde estamos omitiendo sonidos?
Por
otro lado, en multitud de casos, la simple sustitución de un fragmento de
palabra por el apóstrofo no es suficiente para representar por escrito lo que
se desea transcribir. Por ejemplo, el infinitivo corre’
no dice que lo que se desea decir. La aplicación de las sencillas reglas de
acentuación, por lo menos en estos casos, sería lo ideal para transcribir, por
ejemplo, Ayer salí temprano a corré por
la playa.
No
voy a revisar aquí lo que dicen las reglas sobre el uso del apóstrofo porque
casi no dicen nada, ni lo que dicen los sabios (los respetables y los
impresentables), las discusiones sin destino en que se embullen, porque la
señal más clara de que el apóstrofo no hace falta en español (en el formal,
como mínimo) es la existencia de nuestras contracciones: al y del. En inglés y en
francés, que son las lenguas extranjeras de las que puedo hablar con propiedad,
las contracciones se hacen con apóstrofo, sí. En español se hacen sin él y la
cosa ha funcionado de lo lindo desde que el mundo es mundo. Todos decimos, por
ejemplo, “La muchacha del mercado” y
si lo escribimos, lo escribimos sin apóstrofo, y todo el mundo está de acuerdo
en no reaccionar en contra. Usamos la construcción al fin y al cabo, y así la escribimos y todos la reconocemos como
lo más apropiado. Es, simplemente, la forma de construir contracciones en
español. Pero luego aparecen otros casos, en los que uno siente que necesita crear
una “contracción”. ¿Por qué utilizar el mecanismo de otras lenguas, si la
española tiene el suyo, que es tan sencillo y eficiente? Una idea como “Voy
para el Zulia” puede escribirse (no porque lo diga yo, sino porque se puede): “Voy
pa el Zulia”, pero también puede escribirse: “Voy pal Zulia”. En ninguno de los
dos casos hace falta el apóstrofo, como haría en francés o en inglés.
Habrá
—ojalá— quienes digan que el apóstrofo sí hace falta para mostrar nuestro
esfuerzo por ser exhaustivos en la escritura. Loable objetivo, pero entonces me
pregunto por qué tanta gente le da tan poca importancia a la necesidad de señalar
el inicio de las preguntas, el final de las oraciones, la sílaba acentuada, las
mayúsculas, las incisas, las sangrías, las abreviaturas, etc., etc., etc.
emalaver@gmail.com
Año III / Nº LXXIII / 14 de septiembre del 2015
No hay comentarios.:
Publicar un comentario