Ariadna Voulgaris
Primera reportera de guerra que conoció España |
Yo, la
primera vez que escuché este nombre, estudiaba sexto grado en Caracas. Mi amiga
Alejandra, a quien ustedes conocen —y que es para mí lo que era Cristina de
Iturbe para María Eugenia Alonso, pero a prueba de distancias— fue testigo de
mi repugnancia inicial cuando el profesor de historia dijo, más o menos: “No es
ningún Perico de los Palotes el que redactó el Acta de Independencia”. ¿Quién
es ese tal Perico de los Palotes?, me estuve preguntando yo toda aquella mañana
y toda la tarde. ¿Y qué tendrá que ver con el Acta de Independencia? Alejandra
tenía a quién preguntarle en casa, porque sus padres eran venezolanos, pero yo
no la tenía tan fácil. Gracias a Dios, la mañana siguiente, llegando al liceo,
vi la luz bajando del autobús: la inigualable Georgina de Bello, la profesora
de lengua y literatura.
—Ciertamente
no era cualquier escribiente novato de prefectura —me dijo cuando le conté.
—¿Entonces
quién era?
—Pues Juan
Germán Roscio, mi niña, ¿no lo dijo el profesor?
—¡No,
profe! ¿Quién era el señor Perico?
La pobre
mujer, una semana después, todavía se estaba riendo. Pero esa misma mañana logró
explicarme que uno decía así para referirse a una persona indeterminada, a cualquier
personaje sin importancia. O puede ser una persona muy popular, incluso
apreciada por muchos, pero que normalmente no tiene un alto nivel educativo ni
es una referencia concreta en ningún oficio, en ningún grupo. Un ignorante,
para decirlo más respetuosamente.
Más grande,
supe que el célebre etimólogo Sebastián de Covarrubias (1539-1613) lo
caracteriza como “un bobo que tañía un tambor con dos palotes”. Otros autores
dicen que en tiempos idos y lejanos también se llamaba así al demonio. Además,
nuestro personaje ha penetrado hasta el teatro y el cine: en el mismo siglo XVII,
se publicó en Madrid una comedia Perico el de los Palotes, y en 1984, el
mexicano Víctor Manuel Castro dirigió en el cine otra comedia con ese título.
Ahora,
después de tanto tiempo, me entero de que, además de esto, Perico de los
Palotes fue uno de los seudónimos que utilizó la escritora, periodista, docente
y traductora española Carmen de Burgos. Del tiro, llamé a Alejandra para actualizarla:
“¡Perico de los Palotes es mujer!”.
Carmen de
Burgos fue la mayor de los diez hijos de un matrimonio burgués de Almería,
donde nació el 10 de diciembre de 1867. Su padre, que era diplomático, la casó a
los 16 años con el periodista e impresor Arturo Álvarez Bustos (1857-1906), con
quien ella nunca se sintió feliz, ni siquiera acompañada, pero quien la
introdujo en el mundo del periodismo. Tras perder a tres de sus cuatro hijos y
soportar constantes atropellos, Carmen abandonó a Arturo y se fue a Guadalajara
con María (1898-1939), su hija sobreviviente, donde trabajó como profesora. Después,
en Madrid, trabajó en varios diarios y se decidió a escribir columnas sobre los
casi inexistentes y muy maltratados derechos de la mujer, el voto femenino, el
matrimonio forzado, el divorcio, la educación de las niñas, los niños
trabajadores y en prisión.
No fue
fácil al principio, porque los editores pretendían que escribiera sobre recetas
de cocinas y consejos de belleza para las damas jóvenes; ella, sin embargo, se
las arregló para lanzar dardos sobre las reivindicaciones de la mujer en todo
lo que publicaba. Logró así hacer reflexionar a muchos y reunió el apoyo de intelectuales
varones muy influyentes, como Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja y Miguel de
Unamuno.
En 1909, el
diario El Heraldo le da la oportunidad de convertirse en la primera reportera
de guerra, al menos en España, al enviarla a Melilla a cubrir el enfrentamiento
armado entre las tropas españolas en aquella ciudad y las del Rif, al norte de
Marruecos. Y de esta experiencia también se valió Carmen de Burgos para hacer
literatura: en 1920 reunió todas las crónicas que había escrito durante la guerra
y los sumó con sus artículos antibelicista y publicó el libro En la guerra,
que desagradó a muchos radicales en España.
Para esa
época ya había conocido a un jovencísimo Ramón Gómez de la Serna, con quien, a
la vuelta de ella de África, inició una relación sentimental. Veinte años más
tarde, Gómez de la Serna y María, la hija de Carmen, que trabajaban juntos en
el teatro, se hacen amantes y la escritora se hunde en la tristeza.
Nunca como
en aquel diciembre siniestro se sintió tan insignificante, quizá más que al
llegar a Madrid, cuando los editores la obligaban a usar seudónimos para publicar
sus notas y artículos. El primero de ellos, Colombine, que usó en el Diario
Universal, expresaba ya la humilde condición de una mujer que no
significaba nada en el mundo intelectual, dominado por los hombres. Pero luego
se hizo llamar también Perico de los Palotes, cuya sonoridad menos elegante y
más arrabalera la hacía incluso más desconocida y la ubicaba más lejos del
centro de su escena natural. Este seudónimo era también, a pesar de todo, una
protesta contra la injusticia.
Y
finalmente llegó la Segunda República, en 1931. Carmen la defiende, trabaja por
ella, escribe a su favor, ofrece conferencias. El nuevo sistema de gobierno
parece abierto a tantas peticiones que ha hecho durante tanto tiempo; pero una tarde
de octubre de 1932, durante un discurso, un dolor en el pecho interrumpe su
discurso. Era la muerte.
¿Por qué no
es más conocida la obra de esta mujer que no eran ningún Perico de los Palotes,
como dijo mi profesor aquel día? Sencillamente su obra fue silenciada, negada,
escondida a partir de la llegada de Francisco Franco al poder. Era demasiado clara
y demasiado firme para dársela impresa en papel a la generación siguiente. Sus
ideas eran una amenaza para la España que deseaba la dictadura. Ha tenido que
llegar, recientemente, el sesquicentenario de su nacimiento para que se
reunieran sus libros y se volvieran a publicar, para que su pensamiento sobre
temas aún no resueltos por la humanidad volviera a resonar en el mundo y se comenzara
a estudiarlo. Quiera Dios que esta vez sí haya oídos atentos al tambor de sus
palabras.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año XI / N° CDXLVI / 5 de febrero del 2024
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