Edgardo Malaver Lárez
¡Ah,
doña Inés! ¡Oh, don Juan! Foto: C. Fornas |
Todos nos
hemos reído, ¿no? Y desde que existe la “correspondencia digital”, todos nos hemos
reído digitalmente. Me salto el prolongadísimo período de “correspondencia de
papel” (¿papírica?), que no creo que haya terminado en realidad, porque parece
que a pesar de su longitud histórica, como que a nadie le llamó nunca la atención
como ocurría, cómo llegaba de los labios al papel. Lo cierto es que ahora que tan
poco escribimos sobre papel, a muchos les sucede preguntarse cómo habría que transcribir
el sonido de las carcajadas. ¿Cómo se escribe la risa, por ejemplo, en las
redes sociales?
Eso ya estaba
resuelto. No hay razón para que sea diferente a como había que hacerlo antes de
la existencia de Whatsapp, pero está de moda ignorar (e ignorar como acto
consciente y como propósito trascendente, ignorar como camino al éxito), y entonces
cada día es el momento ideal para crear el mundo otra vez. La fotografía existe
desde hace más de 180 años, pero esta generación —y
no hablo de los muchachos que este mes cumplen 15 o 16 años— cree con fe ciega
que es la inventora de la “selfie”. Estoy demasiado apurado por ver lo que
sigue, no tengo tiempo para recordar ni aprender sobre esto, lo voy a poner como
suena: “jajaja”.
¿En serio suena
así? Ver la onomatopeya de la risa escrita así me hace recordar ese grupo de
verbos que tienen conjugaciones que parecen diseñados intencionalmente para
explicar la acentuación de las palabras esdrújulas, graves y agudas: público,
publico, publicó; líquido, liquido, liquidó;
ejército, ejercito, ejercitó. Escrito así, ¿cómo se lee,
cómo suena jajaja?
La
onomatopeya de la risa —la forma más razonable de transcribirla, quiero decir— se
comporta como las interjecciones —sí, claro que estoy enterado del trance por
el que están atravesando las interjecciones—, que no se atreven a invadir el
territorio de las otras palabras que las circundan y, por eso, se quedan
siempre detrás de una coma. Oigamos algunas:
Oh,
clemente; oh, piadosa,
oh,
dulce Virgen María...
Caramba,
mi amor, caramba,
lo bueno
que hubiera sido
si
tanto como te quise
así me
hubieras querido.
¡Ay,
ay, ay, ay!
Toma
este vals que se muere en mis brazos.
¡Ah,
mundo!, la negra Juana,
la mano
que le pasó.
Se le
murió su negrito,
sí,
señor.
Estoy recordando
un bolero que hace lo mismo, pero con los vocativos:
Amorcito,
corazón, yo tengo tentación
de un
beso.
Zorilla también lo hace, y sus versos se nos quedan
colgados de la memoria:
Doña
Inés del alma mía,
luz de
donde el sol la toma,
hermosísima
paloma
privada
de libertad [...]
No es muy
diferente de cuando va usted caminando por la calle con un amigo y aparece de
repente un caballo verde corriendo a toda velocidad contra el sentido del
tráfico. Usted le coge un brazo a su amigo y exclama con urgencia: “¡Mira,
mira, mira!”. O mejor dicho, no es muy diferente de cuando hay que escribir eso:
se separa con comas.
Ustedes no
se pueden imaginar la de gente que me ha preguntado: “Pero ¿quién se ríe con
tantas pausas?”. La pregunta es inteligente, pero esas comas no representan pausas
sino una enumeración. (Aquí, bajito, entre nos, les confieso que, por amor a la
paz, siempre me callo esta respuesta: “¿Y por qué leen con tantas pausas donde
no aparece ninguna coma?”.) Se escribe así porque es una seguidilla de
elementos iguales que no suman sentido a lo que se dice, sino algún otro rasgo.
No se trata de un sujeto seguido de su verbo, que, a su vez, es seguido por un
complemento (Pedro + comió + arroz + ayer, por
ejemplo), cadena en la cual la presencia de comas ciertamente entorpecería la
lectura.
Al final, ja,
ja, ja es una onomatopeya: en realidad no hay manera de representarla
fielmente en la escritura. No son los sonidos del habla lo que uno emite cuando
se ríe. Es como los ruidos que hace la naturaleza: una ola del mar, el relincho
de un caballo, un árbol que cae al suelo. Tampoco podemos representar con íntegra
certeza los ruidos que hacen nuestros inventos: ¿cómo se transcribe el ruido que
produce el vuelo de un avión, el tambor de una lavadora, el disparo de una pistola?
La gracia de las onomatopeyas es que traducen, o intentan traducir, a nuestro
idioma esos ruidos, que son intraducibles y que en cada idioma se oyen distinto.
La risa humana
también es un sonido de la naturaleza, y en español, las normas de escritura
del español simplemente han representado ese sonido con la mayor semejanza que han
podido; es una curiosidad, una coincidencia que, al mismo tiempo, esta
onomatopeya esté compuesta de interjecciones, no es una sola palabra. La imagen
de una carcajada escrita puede, sí, parecer algo gracioso, pero no es cuestión
de reírse.
emalaver@gmail.com
Año XI / N° CDXLII / 8 de enero del 2024
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