Edgardo Malaver
Dante y Beatriz a orillas del Leteo (1889), de Cristóbal Rojas |
Desde el
miércoles de la semana pasada tengo en la mente una campana que repite y repite
una expresión que yo oía mucho cuando era pequeño. Me la repite, sin embargo,
incompleta, me repite la primera mitad, y yo sé que me la repite tanto porque
quiere recordar la segunda. Confía en mí para que le busque la respuesta... y
yo que confiaría en ella. Más o menos el sábado en la mañana comenzó a sonarme
que la palabra que le faltaba debía ser tetrasílaba y, horas más tarde, que todas
las sílabas tendrían la e como única vocal. Pensé
en el merequetengue del
merengue ese; pero no, tenían que ser cuatro
sílabas.
La
expresión, que les lanzaban los adultos a los muchachos cuando los veían medio
lelos, dominados por la falta de sueño, por los suspiros del primer amor, por
el calor del mediodía, era como sinónimo de “¡Despiértate!”. “¡¿Qué tienes,
fulano, mal de amores con...?!”. Y esta mañana, de tanto intentarlo, comenzó a
llegarme de la región oscura una palabra que se parecía a tenguerengue. La
pronuncié mientras tomaba café. “¿Será tenguerengue?”, me pregunté en
voz alta. La dije, la repetí, la escribí, intenté recordarla en labios de mi
mamá, pero nada me daba la certeza.
Les
pregunté a varios parientes que crecieron cerca de mí y antiguos compañeros de
escuela. Pronto me llegaron cinco o seis mensajes que afirmaban recordar la
palabra claramente, y también la expresión: mal de amores con tenguerengue.
Mientras
esperaba las respuestas, la gran sorpresa me la dio el diccionario. Resulta que
la dichosa palabra estaba ahí y yo buscándola en mi memoria. Aparece, para ser
más más preciso, en la locución adverbial en tenguerengue, que significa
‘sin estabilidad’. Puesto a investigar, descubro que en el 2006 una Escuela de
Escritores, de España, la eligió como la palabra más bella del idioma. También
he leído que en toda España la usan y que, allá también, puede referirse a un
estado de ánimo, como la aflicción o el quebranto “causado por el amor”.
Después
de unos 40 años sin saborearla, sin sentir su tersura de vocales entre el
cerebro y la lengua, una palabra ha vuelto a mí. Celebro como quien descubre
que un amigo de la niñez se acaba de mudar a la casa de al lado, y desde el
primer momento ese amigo recuerda nuestro nombre y poco a poco, juntos, vamos
recordando episodios, nombres, temores, alegrías. Y palabras, que son las
lámparas del recuerdo, la dulzura de los recuerdos.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCLXVIII / 4 de octubre del 2021
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