lunes, 13 de enero de 2020

Un Bello colombiano (II) [CCLXXXVII]

Edgardo Malaver


 
Platón reunido con sus discípulos en la academia
(mosaico del siglo I)


[He aquí el segundo capítulo, para celebrar el Día del Maestro]
         ¡Los adversarios políticos! En la serie, de joven no tanto, pero de adulto, durante la guerra, en los debates parlamentarios, en las proclamas, Bolívar termina convenciendo a muchos que se le oponen por la fuerza de sus palabras, tanto como por la autoridad que detenta pero que, a fin de cuentas, está fundada en palabras. ¿Y quién ha desplegado mayor habilidad epistolar para reunir a su favor las circunstancias y los pareceres? El mérito de este triunfo, o de este método para llegar a él, es de Bello. También de Rodríguez.
         ¡Y las mujeres! La destreza de Bolívar con las mujeres no puede ser únicamente producto de su inspiración, de su belleza física, ¡de su dinero! Las cosas que parece que les decía tienen que haber sido fruto de sus lecturas literarias, de la reflexión sobre la naturaleza humana y, otra vez, sobre la fuerza de las palabras para mover las emociones a favor o en contra de una u otra razón. ¿Y quién inició a Bolívar en tales lecturas, en tales reflexiones, en tales prácticas? No puede haber sido Bello el único, pero sí tiene que haber sido el más poeta de sus maestros.
         Ustedes recuerdan, ¿verdad?, lo que hizo Albert Camus al oír la noticia de que se le había concedido el Premio Nóbel de Literatura en 1957. Le escribió una carta a su maestro de literatura de la escuela primaria y le atribuye a él todo lo que ha conseguido en ese camino iniciado con él. Bolívar le escribió esa carta a Rodríguez, pero sin duda también Bello la merecía. En la serie, Rodríguez vuelve a encontrar a Bolívar en París y ya no parece corregirlo ni darle más consejos. Bello, al contrario, nunca vuelve a verlo después de 1810, y no se despidieron en santa paz, porque Bello no aprobaba el proceder sinuoso de su pupilo. Sólo cuando este entra en cintura deja de ser un señorito malcriado y se convierte en un estadista, cosa que también era Bello.
         En el fondo de todo esto, entonces, está Bello. Y está Simón Rodríguez, y está el marqués de Ustáriz y el marqués del Toro, está incluso el tirano Bonaparte, pero Bello está en el origen, los demás vinieron después.
         El aniversario de Bello —y ahora el Día del Maestro— es importante por la misión de los maestros en el presente. ¿Es misión de un maestro enseñar a leer y a sumar a un niño? ¿Tiene un maestro que ocuparse de enseñar las capitales de los países y los números en inglés? Sí, pero ¿no es eso demasiado simple para un personaje tan importante en la formación de un niño? La misión tiene que ser superior a eso. Si no me propongo moldear un Simón Bolívar de cada niño, soy un triste maestro. [No vayan a creer los postmodernos sabelotodos que estoy diciendo que hay que educar líderes, porque no se trata y no se ha tratado nunca de eso... como no se trata tampoco del acento que le ponen a un personaje real en una película de época.]
         La polis ideal de Platón debía ser gobernada por “hombres de oro”, los espíritus más luminosos de la ciudad, pero la educación —la paideia, para decirlo con la palabra más precisa— tenía que velar por el crecimiento honroso de estos individuos, porque aun siendo de oro el espíritu puede desviarse en ausencia de educación. Y los efectos de la paideia sobre cada individuo incrementa exponencialmente los efectos sobre la sociedad. Con esa visión parece haber edificado Bello el monumento de su obra.
         Al final, ni la guerra, que es el hábitat de Bolívar, ni la universidad, que es el de Bello, pueden hacerse sin palabras y sin conocimientos. Al final, hayan sido de donde hayan sido nuestros maestros, hayan hablado con el acento que hayan hablado, lo que nos quedan son sus ideas, sus metáforas, sus palabras. Al final, es eso lo que podemos recuperar de su paso por la historia, que es nuestra propia historia: palabras, pero no son sólo palabras, porque ellas han tenido vida, y la vida está por encima de los hechos y de la historia.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXXXVII / 13 de enero del 2020




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