[He
aquí el segundo capítulo, para celebrar el Día del Maestro]
¡Los
adversarios políticos! En la serie, de joven no tanto, pero de adulto, durante
la guerra, en los debates parlamentarios, en las proclamas, Bolívar termina
convenciendo a muchos que se le oponen por la fuerza de sus palabras, tanto
como por la autoridad que detenta pero que, a fin de cuentas, está fundada en
palabras. ¿Y quién ha desplegado mayor habilidad epistolar para reunir a su
favor las circunstancias y los pareceres? El mérito de este triunfo, o de este
método para llegar a él, es de Bello. También de Rodríguez.
¡Y
las mujeres! La destreza de Bolívar con las mujeres no puede ser únicamente
producto de su inspiración, de su belleza física, ¡de su dinero! Las cosas que
parece que les decía tienen que haber sido fruto de sus lecturas literarias, de
la reflexión sobre la naturaleza humana y, otra vez, sobre la fuerza de las
palabras para mover las emociones a favor o en contra de una u otra razón. ¿Y
quién inició a Bolívar en tales lecturas, en tales reflexiones, en tales
prácticas? No puede haber sido Bello el único, pero sí tiene que haber sido el
más poeta de sus maestros.
Ustedes
recuerdan, ¿verdad?, lo que hizo Albert Camus al oír la noticia de que se le
había concedido el Premio Nóbel de Literatura en 1957. Le escribió una carta a
su maestro de literatura de la escuela primaria y le atribuye a él todo lo que
ha conseguido en ese camino iniciado con él. Bolívar le escribió esa carta a Rodríguez,
pero sin duda también Bello la merecía. En la serie, Rodríguez vuelve a
encontrar a Bolívar en París y ya no parece corregirlo ni darle más consejos. Bello,
al contrario, nunca vuelve a verlo después de 1810, y no se despidieron en
santa paz, porque Bello no aprobaba el proceder sinuoso de su pupilo. Sólo
cuando este entra en cintura deja de ser un señorito malcriado y se convierte
en un estadista, cosa que también era Bello.
En
el fondo de todo esto, entonces, está Bello. Y está Simón Rodríguez, y está el
marqués de Ustáriz y el marqués del Toro, está incluso el tirano Bonaparte,
pero Bello está en el origen, los demás vinieron después.
El
aniversario de Bello —y ahora el Día del Maestro— es importante por la misión
de los maestros en el presente. ¿Es misión de un maestro enseñar a leer y a
sumar a un niño? ¿Tiene un maestro que ocuparse de enseñar las capitales de los
países y los números en inglés? Sí, pero ¿no es eso demasiado simple para un
personaje tan importante en la formación de un niño? La misión tiene que ser
superior a eso. Si no me propongo moldear un Simón Bolívar de cada niño, soy un
triste maestro. [No vayan a creer los postmodernos sabelotodos que estoy
diciendo que hay que educar líderes, porque no se trata y no se ha tratado
nunca de eso... como no se trata tampoco del acento que le ponen a un personaje
real en una película de época.]
La
polis ideal de Platón debía ser
gobernada por “hombres de oro”, los espíritus más luminosos de la ciudad, pero
la educación —la paideia, para
decirlo con la palabra más precisa— tenía que velar por el crecimiento honroso
de estos individuos, porque aun siendo de oro el espíritu puede desviarse en
ausencia de educación. Y los efectos de la paideia sobre cada individuo
incrementa exponencialmente los efectos sobre la sociedad. Con esa visión
parece haber edificado Bello el monumento de su obra.
Al
final, ni la guerra, que es el hábitat de Bolívar, ni la universidad, que es el
de Bello, pueden hacerse sin palabras y sin conocimientos. Al final, hayan sido
de donde hayan sido nuestros maestros, hayan hablado con el acento que hayan
hablado, lo que nos quedan son sus ideas, sus metáforas, sus palabras. Al
final, es eso lo que podemos recuperar de su paso por la historia, que es
nuestra propia historia: palabras, pero no son sólo palabras, porque ellas han
tenido vida, y la vida está por encima de los hechos y de la historia.
emalaver@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXXVII / 13 de enero del 2020
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