Edgardo Malaver
En el 287 antes de Cristo, el
pueblo romano se fue
de Roma hasta que se le
reconocieron sus derechos
|
Yo conocí la palabra plebiscito de labios de mi abuela
Juanita, que me contaba a menudo su relato particular del final de las
dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez. Días o semanas
después, oí a alguien más hablar del mismo tema, pero decía más bien plesbiscito. La confianza que le tenía a
mi abuela era tal, que no se me ocurría de ninguna manera que ella se hubiera
equivocado, así que, para estar preparado si se presentaba la ocasión, corrí a
mi diccionario, y descubrí, primero, esa extraña ese antes de la ce y, luego,
que la otra, la de la primera sílaba, como yo pensaba, era un error.
En noviembre de 1957, Pérez Jiménez,
sabiendo que, como 1952, no iba a poder ganar lícitamente las elecciones,
decretó la realización de un plebiscito (no previsto en la Constitución de
1953) para que los ciudadanos decidieran si debía o no seguir en el gobierno
hasta 1962. Durante la votación, que ocurrió en mitad de un período de
protestas populares fuertemente combatidas por los cuerpos de seguridad, los
votantes recibían un sobre con dos tarjetas: una circular y azul que expresaba
el voto afirmativo y la otra cuadrada y roja para votar en contra del gobierno.
Había que introducir una sola en la urna.
Como suele suceder en las dictaduras,
los empleados públicos fueron amenazados con perder sus trabajos si votaban por
el no. En mi familia, mi tío Miguel, cuñado de mi abuela, trabajaba en el
Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) y el día siguiente del plebiscito
debía llevar a la oficina cinco tarjetas rojas para demostrar que su familia
había apoyado a Pérez Jiménez. De modo que la mía y muchísimas familias venezolanos
debían encontrar una forma de votar en contra y, a la vez, conservar el empleo.
La solución para mi abuela fue convertirse en una de los 186.015 votantes (6,35
por ciento) que entregaron el sobre vacío y se llevaron las dos tarjetas en un
bolsillo.
Los plebiscitos tienen una larga
historia y un origen honroso. La lucha por la igualdad de derechos entre
patricios y plebeyos en Roma comenzó unos 600 años antes de Cristo. Los
plebeyos habían ido conquistando posiciones y objetivos hasta que, en el 287
antes de Cristo, a raíz de una victoria militar importante en los Apeninos, los
patricios derogaron arbitrariamente los derechos de la plebs, del pueblo. La respuesta de éste fue abandonar en masa la
ciudad, con lo cual paralizaron, de la noche a la mañana, casi todas las
actividades cotidianas en toda Roma, acontecimiento que terminó llamándose Secessio plebis (separación plebeya).
Congregados en lo que hoy se llama
Trastevere, redactaron un proyecto de ley en la que las decisiones de los
plebeyos, tomadas por medio de plebis
scita, adquirían rango de ley para todos los ciudadanos romanos sin
necesidad de aprobación del Senado. No volverían a Roma a menos que se aceptara
y pusiera en práctica esta norma. Los nobles, temiendo la ruina económica de la
ciudad a causa de la ausencia de la mano de obra, la aprobaron inmediatamente.
La palabra plebiscito, entonces, se forma del genitivo plebis y el sustantivo scitum
(resolución, decreto). Scitum está
relacionado también con debate, dilucidación, consenso, y está presente en la raíz de nuestro sustantivo ciencia. En suma, puede traducirse plebis scitum como ‘decisión de la
gente’. Y como se transparenta, no hay razón para pronunciar esa ese en la
primera sílaba, porque la palabra plebe,
que también tenemos en español desde siempre, no la incluye.
En este momento de la historia de
Venezuela, sin embargo, junto con el conocimiento de la palabra, de su pronunciación
y su significado, lo que más valdría la pena sería hacer honor a su origen: la
lucha por la igualdad de todos ante la ley, sin ventajas para los poderosos. En
diciembre de 1957, Pérez Jiménez volteó las cifras del voto para permanecer en
Miraflores. Logró salirse con la suya porque, en apariencia, tenía todos los
poderes de su lado... y el miedo de mucha gente. Un mes después, fue él quien
tuvo miedo cuando se le volteó todo el mundo.
Hoy en Venezuela, miedo tienen muy
pocos. Y como en Roma, los que están acorralados son los que están en el poder.
Que decida la gente, diría un romano
descalzo. Yo pienso en mi abuela, y oigo dentro de mí su voz que me dice y me
repite: “Vivir en dictadura es lo peor, lo peor”.
emalaver@gmail.com
Año V / N° CLX /
10 de julio del 2017
No hay comentarios.:
Publicar un comentario