Edgardo Malaver
Como
a los traductores les llaman la atención los detalles más sutiles en las
situaciones más regulares, no pueden dejar de darse cuenta de la diferencia —¡inmensa!—
que hay entre el plural de la palabra matemáticas
(Ritos CXIII) y el del nombre de la
ciudad de Lecherías, estado Anzoátegui. No es el mismo plural.
Aunque
muchos recordamos la época en que el plural de Lecherías no se ponía en duda, en
los primeros años del siglo XXI a las autoridades del recién creado municipio Urbaneja,
del cual es capital, les nació una duda: ¿por qué Lecherías se llama
Lecherías?, ¿no será más bien Lechería? Los que se convencieron de la segunda
opción, sin poner mucha atención a los que decían lo contrario, iniciaron una
campaña para cambiar el nombre a singular. ¿Cambiar? O sea, que antes era en
plural.
No he
encontrado la foto que veo claramente en mi memoria, pero parte de esa campaña
era un letrero, que se leía incluso en Puerto La Cruz y que decía: “Lechería es
una sola”. En realidad, aquel argumento no se mantiene mucho tiempo en pie si
uno recuerda la cantidad de topónimos en plural que hay en Venezuela: Achaguas,
Apure; Barbacoas y Tejerías, Aragua; Barinitas, Barrancas y Obispos, Barinas; Pedernales,
Delta Amacuro; Caracas, Manzanares, Pajaritos y Sartenejas, Distrito Capital; Tucacas,
Falcón; Chaguaramas y Tiznados, Guárico; Bailadores, Lagunillas, Mucuchíes y Timotes,
Mérida; Guarenas y Paracotos, Miranda; Torbes, Táchira; Bobures, Cabimas, Lagunillas
y Machiques, Zulia; los estados Amazonas, Barinas, Cojedes y Vargas. En el
propio estado Anzoátegui, existen, por lo menos, Clarines y Pozuelos, y ninguno
de estos lugares es medio pueblo, ni tres quintos de ciudad ni mucho menos dos ni
tres estados. Cada uno de ellos es uno solo. El plural tiene otra explicación.
El
escritor Alfredo Armas Alfonzo menciona en algún artículo, aunque para muchos
anzoatiguenses no es suficientemente convincente, que en el siglo XIX existían
en ese sector, al oeste de Puerto La Cruz y al norte de Barcelona, negocios de
productores y vendedores de leche de cabra, que, pasado el tiempo, terminaron
dándole nombre al lugar. Sin embargo, Luis Mata García, reconocido especialista
en toponimia, y Maximilian Kopp, cronista de Lecherías, defienden el singular y
argumentan que antiguamente se le llamaba La Lechería. Al borde del siglo XX,
apareció la mencionada discusión y la opción más favorecida oficialmente fue la
del singular.
Varios
blogs y perfiles de Facebook de habitantes de Anzoátegui defienden con memoria y
documentos particulares el plural. Yo, aunque sin el rigor que exige una
investigación recta, he hecho una breve encuesta, que ha dado como resultado
que cuatro de cada cinco personas por lo menos pronuncian Lecherías.
El
plural o el singular, la brevedad o la longitud de los nombres de los lugares
donde hemos nacido contienen significativos segmentos de su historia, de
nuestra historia, razón por la cual cambiarlos, sobre todo si se hace por
decreto, puede ser un error. La voz de la gente termina imponiéndose, como en San
Petersburgo o en el Congo. Pensemos también en el nombre del Ávila, el guardián
de la capital de Venezuela, que la gente sigue llamando Ávila, a pesar de la
voz oficial. Los nombres no los ponen las autoridades, sino la gente.
emalaver@gmail.com
Año IV / N° CXIV / 4 de julio del 2016
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