Edgardo Malaver
Ángel Félix Gómez contó una vez en una
conferencia sobre la historia de Margarita que durante la Guerra de
Independencia algún general mandó a un soldado (un hombre sencillo del pueblo
sumado al ejército para combatir por la causa) a vigilar sobre un cerro y
avisarle si veía venir alguna tropa enemiga. El soldado volvió después de unas
horas, sudado, sin aliento, con el rostro lleno de temor y cuando pudo hablar
le dijo a su superior:
—General, viene un ejército grandísimo
por allá.
—¿Cuántos hombres son? —preguntó el
general.
—Son muchos, mi general, muchísimos.
—Pero ¿cuántos, hombre? ¿Serán como
mil?
—No, señor, ya le digo que son
muchísimos, son como... ¡setenta y siete!
Si se lo juzga únicamente por su longitud,
setenta y siete suena mucho más
numeroso que mil. Por su número de
sílabas, gana seis a uno. Por la contundencia de sus consonantes, la
aliteración que forman las tes lo hace
más fuerte, más impetuoso, más aguerrido. La palabra mil, tan breve, es a la vez nasal y líquida —dirían los fonetistas—,
casi inofensiva; a lo sumo, la i, su
única vocal, pronunciada como muy aguda, quizá pueda herir el oído y llamar un
poco la atención. Setenta y siete,
por otro lado, con tanta sonoridad y fuerza, con tantas sílabas tan bélicas,
parece inconmensurable. En la historia del soldado patriota, la tropa que se acercaba
era inmensa, impresionante, eran muchísimos soldados, ¿cómo iban a ser apenas
mil?
Estas consideraciones no parecen ajenas
a la ciencia de los números. En matemática, como todos sabemos, existen números
que son primos, números que habitan la imaginación, números con mucha entereza,
números que gozan (o no) de raciocinio, números llenos de energía positiva (o
de pesimismo), números que se quiebran, números nacidos en Roma y en Arabia,
números que aman la naturaleza y, al final, todos los números son baquianos de
la realidad (¿o de la realeza?). Si hasta existen las matemáticas discretas,
las matemáticas puras y las matemáticas de los juegos, no es raro que todo en
ellas suene tan metafórico. Y es más o menos natural que sea así, porque en el
origen de la matemática los matemáticos, antes que matemáticos, eran poetas.
Existen también los números
impresionantes. Son números que tienen una sonoridad tal que inyectan en los
oídos del que oye un vigor y una imagen tan poderosa que la objetividad
matemática sería débil y nebulosa. Impresionante es el número ciento
quinientos, que todos los niños utilizamos tanto antes de ir a la escuela por
primera vez. Impresionante es el número sopotocientos, que parece un número
verdadero, pero es mayor que el infinito. Impresionante es un número que tenga
muchos sietes y muchos setentas y muchos setecientos.
Son sin duda, como todos, números
imaginarios, pero no ya los que los matemáticos llaman así sino los que se
albergan en la imaginación lingüística del hablante que no sabe con qué número
expresar una cantidad tan grande de cosas como la que ve en su mente. Simón
Bolívar no hubiera podido ganar la Guerra de Independencia calculando las
fuerzas del enemigo con números como estos, pero la lengua sí gana cada vez que
la intuición matemática del pueblo recurre a la imagen poética para crear
números que exceden la posibilidad de contar.
emalaver@gmail.com
Año III / Nº LXXVIII / 19 de octubre del 2015
Saludos, mi estimado Prof. Malaver. Una cosa sí le puedo asegurar, el general de la historia que sirve de trasfondo para su interesante artículo, mínimo, mínimo, debió haberle dado un buen pescozón, o coscorrón (a lo Don Ramón con el Chavo) al pobre soldado cuanto le espetó la cifra. Algunos me comentaron que posiblemente lo mando a fusilar, por bruto. Sin embargo, no creo que lo haya mandado a fusilar porque lo hubiera convertido en un número negativo (-1) para sus tropas....
ResponderBorrarMoraleja: Asegúrate que tus soldados sepan contar, por lo menos, hasta el número mil.