Ramón
Aparicio
Así es, mi
estimado lector. El calambur no es otro nombre pintoresco como «cuyaco»,
«guineo», «topocho» o «titiaro» con el cual podemos designar una variedad de
fruta tropical muy apreciada en Venezuela. El calambur no contiene tres
azúcares naturales ni goza de un alto contenido de potasio ni lo puede ingerir
después de un maratón. La verdad es que el calambur ni siquiera es una sabrosa
fruta sino un sabroso juego de palabras que consiste en modificar el
significado de una palabra o frase agrupando de distinto modo sus sílabas:
«Útil es dejar dinero» o «Útiles de jardinero»
El
calambur más famoso de la historia de la lengua castellana se atribuye a
Francisco de Quevedo, quien tuvo el tupé de llamar «coja» a la reina Isabel de
Borbón en su cara sin que ésta se ofendiera, para ganar así una apuesta.
Presentóse Quevedo ante la reina en la plaza pública con una flor en cada mano
y luego de una cortés reverencia le dijo el siguiente calambur: “Entre el
clavel blanco y la rosa roja, su Majestad escoja”.
El calambur pertenece al grupo de las figuras morfológicas (aquellas que alteran la estructura interna
de las palabras) y es un recurso muy utilizado en juegos de palabras y adivinanzas: «Con
dados se ganan condados» (Góngora); «Si el rey no muere, el reino muere»
(Alonso de Mendoza); Oro parece, plata no
es. ¿Qué es?; Tu amoroso tocar, mi
corazón delata o Tu amor osó tocar mi
corazón de lata. Y no podía faltar el calambur más popular en Venezuela de
un tiempo para acá: «Mi comandante... Sr. Juez…».
teiwazkan@hotmail.com
Año II / Nº XXIX / 3 de noviembre del 2014
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