Edgardo Malaver
Mañana
hará exactamente siete semanas que escribí en otro blog un homenaje a Julio
Cortázar, que ese día cumplió 100 años de nacido. Algo debe tener cumplir 100
que todos lo desean, y Cortázar, a quien parece que el paso del tiempo no
angustiaba, parece haber llegado a un nuevo hito en su carrera hacia la
totalidad, es decir, le ha llegado esa época en que, como diría Shakespeare, “in
eternal line to time he grow’st”. A los 100 años, digo yo, se convierte uno ya
en una voz innegable, en un clásico.
En
mi caso no han sido cien años, pero una palabra lo puede perseguir a uno por
mucho tiempo. Y una que me ha atormentado inmensamente a mí desde los años de
estudiante en que no había tarde en que no aterrizara en la biblioteca y no
descuidara otras mil cosas por leer a Cortázar es la palabra vereda. Mi imaginación nunca fue
suficiente para comprender a qué se refería Cortázar al decir, por ejemplo, en “Los
amigos” (Final del juego, 1956): “A las siete menos cinco vio venir a Romero
por la vereda de enfrente; lo reconoció en seguida por el chambergo gris y el
saco cruzado”; ni, mucho menos, al decir, en “Hay que ser realmente
idiota para” (La vuelta al día en 80
mundos, 1967): “Un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y
parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión”, ni
todas las veredas, concretas y abstractas, de las que está poblada Rayuela (1963).
Una
vereda en Venezuela es un camino y, en mi mente, un camino no está ni al frente
ni detrás ni al lado de nada. A lo sumo estará al lado, pero es más bien que la
otra cosa, está a un lado del camino, como las flores que para Castellaneta
representan a Dulcinea. Pasé mil años preguntándome qué podía ser una “vereda
de enfrente”. Tuve que oír una vez a una turista argentina en el metro hablando
de algo que le había pasado en el centro de Caracas para entender. Decía: “Yo
iba caminando y por la vereda de enfrente vendían una comida que me llamó la atención”.
Ah, caramba, me dije, esta mujer se refiere a la acera. Y tuve que volver a Cortázar
a buscar las veredas perdidas, a entender que lo que está en la “vereda de
enfrente” es lo opuesto, lo que no nos agrada, lo que nos agrede... o quizá,
también, otra situación, más favorable, que vemos desde la nuestra, menos
seductora, como en el caso de La vuelta
al día...
emalaver@gmail.com
Año II / Nº XXVI / 13 de octubre del 2014
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