Edgardo Malaver Lárez
El
quilo chileno no pesa mucho ni se escribe con ca
Cuando yo era
estudiante, un día, durante las vacaciones, en Margarita, me desperté casi a
mediodía y descubrí que estaba solo en casa. Yo tuve que salir también y cuando
estaba cerrando la puerta, llegó una antigua alumna de mi mamá que le vendía
harina de trigo cada semana. El encargo aquella semana estaba incompleto por un
problema de transporte y la mujer prometía traer lo que faltaba al día
siguiente. Le escribí eso a mi mamá en una nota que pegué de la nevera, para
que no pudiera dejar de verla.
En la noche, cuando
regresé a casa, mi hermana me esperaba, armada con pruebas documentales irrefutables,
para vengarse de mí por todas las veces que, cuando ella estaba aprendiendo a
escribir, le corregí casi todo lo que escribía en sus cuadernos: las palabras mal
acentuadas, los verbos mal conjugados, las concordancias de género y número, todo
aquello con lo que la atormenté hasta que llegó a sexto grado y yo me fui a la
universidad. Es decir, después de verme cerrar con llave la puerta, para estar
segura de que no me iba a escapar, en medio de un preámbulo reivindicativo, me
puso delante la notita que yo había dejado en la nevera y me espetó: “Te pasas
la vida corrigiéndolo a uno y luego vienes y escribes esto”.
Leí sonriendo la nota y
casi se me cayeron los ojos al piso de la sala: había escrito “...otros tres
quilos de harina”. No dejaba atrás el asombro, porque ni para bromear había
pensado nunca en escribir la palabra kilo con cu, pero no dejaba tampoco
de reírme porque mi hermana celebraba aquello como si se hubiera ganado un
millón de dólares en la lotería.
Pasado el alboroto,
escribí en mi cuaderno de esa época una reflexión sobre el asunto. Y recuerdo
que cada cierto tiempo me volvía a la mente aquel extrañísimo error (nada
extraño en realidad porque, al fin y al cabo, la grafía utilizada representaba
el sonido que se necesitaba). Me fui a dormir esa noche pensando en el curioso
episodio, pero sin que me atormentara. Y en la mañana me desperté, como todos
los días de vacaciones, tarde, pero antes de desayunar la voz de mi hermana me
trajo la imagen de la palabra quilo a la mente. Más o menos al mediodía
me había fastidiado ya lo suficiente como para recurrir al diccionario. Para
jugar, imagino ahora, porque ¿qué iba a encontrar?, ¿que kilo se escribe
con ca? Eso ya lo sabíamos desde siempre. ¡Ah! Pero puedo buscar quilo,
con cu. ¿Existirá? Y si existe, ¿qué significará?
Pues resulta que encontré
la palabra quilo, ¡con cu! La exclamación que lancé llegó por lo menos a
las nubes. Salí disparado a pavonearme con el diccionario en la mano delante de
mi hermana. “¿Qué te pasa?”, me dijo. “No me irás a decir que ahora la Academia
escribe kilo con cu”.
“Pues mira”, le dije
riéndome y abriéndole el diccionario, su propio diccionario, por cierto, en la
página donde estaba la definición:
quilo, m. p. us. V.
kilo.
Las abreviaturas significaban: masculino, poco usual. Ver... Es
decir, también se escribe con cu. Es el “protocolo” que siguen los diccionarios
cuando abren una entrada para una variante menos frecuente que otra: nos envía
a la que usa la mayoría de los hablantes. Es decir, hay lugares donde se
escribe así. Pocos, pero los hay. Y cuando fuimos a buscar kilo,
encontramos:
kilo, m. Tb. quilo,
p. us.
También quilo, poco usual. E indicaba que era, como todos
sabemos, el “acortamiento” de la palabra kilogramo. ¡Ah, kilogramo
también aparecía con cu!
Fue muy interesante
aquella vez (y lo es hoy que lo vuelvo a buscar) enterarme de que kilo
también significa (o significaba cuando existía esa moneda) ‘un millón de
pesetas’. Además, quilo, con cu, nunca con ca, es toda ‘linfa de aspecto
lechoso por la gran cantidad de grasa que acarrea, y que circula por los vasos
quilíferos durante la digestión’. Esta acepción proviene del latín chilus,
es decir, ‘jugo’. Sudar el quilo equivale a ‘trabajar con gran fatiga y
desvelo’. En griego, ese chilus tenía su respectiva y.
En Chile, quilo es
de origen mapuche y nombra el ‘arbusto de la familia de las poligonáceas,
lampiño, de ramos flexuosos y trepadores, hojas oblongas algo asaeteadas,
flores axilares o aglomeradas en racimo, y fruto azucarado, comestible, del
cual se hace una chicha’.
Aunque mi hermana sigue
pensando que yo estudié solamente para graduarme de licenciado en Traducción y
Corrección, gracias a Dios desde que me percaté de la ignorancia que campea en
mi mente sobre todo lo que se refiere a la lengua, especialmente nuestra
complejísima lengua española, dejé de corregir a los pocos que corregía antes,
que eran siempre las personas que más amaba. Ahora me corrijo a mí mismo, y
quizá es eso lo que me permite disfrutar cada día más estas curiosidades y fenómenos
tan fascinantes como estas singulares palabras que pueden escribirse con ca y a
veces con cu... ¡ah!, y que, fíjese usted, Andrés Bello escribiría con ce.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLXVII / 1° de julio del 2024
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