Edgardo Malaver Lárez
Dolores
del Río y Pedro Armendáriz como María Candelaria y Lorenzo Rafael, en 1943 |
¿Qué oye
uno decir a todos los niños que este año están en primaria, cuando se sorprenden
por cualquier cosa? “¡No manches, güey!”, exclaman todo como si les pisaran una
tecla. ¿Qué les brota de los labios si se tropiezan con algo que no entienden o
que no han visto antes? “¡¿Qué fue, mano?!”. ¿Qué se les escapa cuando quieren
escuchar la verdad y nada más que la verdad? “¡La neta!”. A uno no le hace
falta haber visto ni una sola película de Cantinflas, ni un solo capítulo de El
Chavo del 8 ni una hora del Carrusel de la señorita Jimena, para adivinar
que estas y otras expresiones provienen de México lindo y querido.
No es nuevo.
Cuando yo estaba en primaria algunos niños de mi escuela (y supongo que yo mismo)
decían de vez en cuando, para bromear (porque así comienza esto, bromeando): “A
poco no tienes miedo de que la maestra te descubra la chuleta en el examen?”.
Y teníamos una vecina, que había llegado a mi familia una generación antes que
yo, que, por influencia de Pedro Infante y de Sara García, ya decía a cada
rato: “¡Híjole, mi cuate, qué padre!” cuando mi abuela le servía algún postre
muy rico. No es nuevo, pero el mundo ha cambiado varias veces de forma y
contenido desde que Dolores del Río y Pedro Armendáriz protagonizaron María
Candelaria. Ahora no son algunas personas aquí y tres o cuatro allá que se
acuerdan de estas expresiones a tiempo para utilizarlas en su discurso
cotidiano. Ahora son casi todos los niños —¡los niños!— los que hablan tan mexicanamente
como si estuvieran creciendo en Tijuana
o en Jalisco. Es decir, para ellos esas palabras y expresiones pertenecen a su
lengua materna. Las utilizarán toda su vida y se las enseñarán a sus hijos.
Está claro
que el inmenso poder de difusión que tuvo la época dorada del cine mexicano, que
influyó en el castellano de la América en que la generación de mi abuela
comenzó a ir al cine, a tener sus legendarios “ídolos” de la juventud, a querer
parecerse a ellos, y, después, la inmensa influencia de la televisión de El
Chavo, La carabina de Ambrosio y Marimar, ha sido superada
por el poder, aún no completamente revelado ni comprendido por todos, de
monstruos como YouTube y TikTok —o más bien de los youtubers y los tiktokers.
Y por obra
y gracia de algún artilugio incomprensible, de alguna magia cibernética, la
inmensa población que “hace” televisión por el torrente de canales que ahora ofrece
Internet ha desembocado en la idea de que tiene que hablar como los mexicanos.
Quién sabe si se deba que durante décadas y décadas todos los productos audiovisuales
que nos llegaban de otros idiomas venían cernidos por el doblaje con acento mexicano.
Sí, el que todos se empeñan en llamar “español neutro”, pero que nunca suena
argentino ni colombiano, sino mexicano.
Entonces, si
usted vive en un país de habla española, pero no tiene hijos, pídale a un
hermano, a una prima, a un amigo que lo invite un día a la escuela de un hijo
de ellos a recogerlo al final de las clases. Y con tan sólo estar un rato en la
puerta de la escuela —porque si el portero es responsable en la aplicación de
las normas, a usted no lo dejará entrar—, será suficiente para comenzar a recolectar
las nuevas expresiones que se usarán dentro de 30 o 40 años en su país y que
todo el mundo defenderá como las más normales de la variante que habla usted ahora.
Y ya verá que serán casi todas mexicanas. Mejor será que las aprenda.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDXLX / 4 de marzo del 2024
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