Edgardo Malaver Lárez
En Michoacán, después de una lluvia de lava de nueve años |
No hay
mucho que decir, aunque sea poco lo que se ha dicho ya. La palabra parangaricutirimícuaro
es simplemente un trabalenguas. ¡O quién sabe! Cualquiera diría que no tiene
mucho sentido (pero tiene tanto como uno quiera atribuirle) buscarle origen,
significado y abolengo. Parece más bien ocioso, y, sin embargo, sí existe una
historia y un fenómeno natural y cultural impresionante que ha acompañado, sin
que lo sepamos, a esta singular palabra.
De pequeños
seguramente todos nos esforzamos por aprender a decir, a toda velocidad, el
trabalenguas parangaricutirimícuaro porque eso indicaba nuestra
habilidad con la lengua, aunque en aquellos tiempos la llamáramos, con toda
simpleza, inteligencia. Yo, por lo menos, no tenía mucha, porque nunca se me
ocurrió averiguar si la dichosa palabra era, por ejemplo, el nombre de una
persona reconocida, de un lugar atractivo, de un animal mitológico, nada. Pero he aquí que existió en México, en el estado de Michoacán, un pueblo
llamado San Juan Parangaricutiro. En realidad aún existe, pero lo único que
podemos ver de él es una enorme extensión de lava ya sólida casi engullendo el
campanario y parte de la fachada de la que en el pasado fue la iglesia dedicada
al Señor de los Milagros.
El 20 de
febrero de 1943 —mañana serán 81 años—, cerca de San Juan Parangaricutiro, hizo
erupción por primera vez el entonces recién nacido volcán Paricutín, que estuvo
activo durante los siguientes nueve años y cuyo objetivo parece haber sido únicamente
dejar bajo tierra los pueblos de San Juan y Paricutín, homónimo del volcán.
Antes de la lluvia de lava, el mismo Michoacán |
Gracias a Dios, toda aquella población pudo abandonar los lugares afectados en 1944 y llegaron, a pie, a una antigua hacienda a poco más de 33 kilómetros del volcán. Ahí fundaron Nuevo San Juan Parangaricutiro, que fue reconocido como municipio en 1950, y hoy alberga a más de 21.000 habitantes. Cientos de turistas visitan ahora las ruinas del San Juan Parangaricutiro inicial para impresionarse en primera fila.
El
nombre Parangaricutiro bien podría verse como un presagio. Proviene,
según Antonio Peñafiel (1830-1922), que lo recoge en su obra Nomenclatura
geográfica de México (1897), de las palabras tarascas parangari
(‘lugar que arde en fuego’) y cutiri (‘pequeño’). Es decir, desde los tiempos de su fundación, en
1533, los indios tarascos adivinaron el destino del pueblo.
Dado todo
esto, nadie duda que el conocido trabalenguas proviene del nombre del pueblo mexicano que ardió en el fuego de la tierra hace ocho décadas. Varias fuentes que
consulté afirman que la deformación se debe a la dificultad para pronunciar bien
Parangaricutiro al primer intento, lo cual llevó a los mexicanos a
agregarle sílabas para simular que trataban de decir un trabalenguas. El
resultado es parangaricutirimícuaro, todo un desafío fonético de diez
sílabas que es, por si fuera poco, esdrújulo. Más tarde, queriendo torcer más la
lengua de niños y turistas, convirtieron el vocablo en verbo y la integraron a una
archiconocida fórmula lúdica para dar lugar a esta joya:
El
pueblo de Parangaricutirimícuaro
se quiere
desparangaricutirimicuarizar,
y
aquel desparangaricutirimicuarizador
que lo
desparangaricutirimicuarizare
gran desparangaricutirimicuarizador
será.
Comenzar de nuevo con el mismo nombre |
Si tuviéramos un gramo más de este conocimiento sobre cada expresión que decimos, sobre las metáforas que heredamos de nuestros abuelos, sobre tantos trabalenguas que de niños aprendemos, ¿a qué edad nos volveríamos sabios? Cuán breve se haría el camino a las palabras, cuánto nos conoceríamos a nosotros mismos. Y al mismo tiempo, cuánta más placentera sorpresa nos llevaríamos cada vez que conociéramos una nueva o, como hoy, le descubriéramos la parentela a una que creíamos muy conocida.
emalaver@gmail.com
Año XI / N° CDXLVIII / 19 de febrero del 2024
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