Edgardo Malaver
Merryl
Streep en La decisión de Sophie (1982),
de Alan Pakula
Merryl
Streep en La decisión de Sophie (1982), de Alan Pakula |
El jueves de la semana pasada, buscando
ejemplos para una clase, el azar me condujo a diez, veinte, treinta de esas
páginas que presumen de presentar mucho contenido con “lectura ágil y breve”,
en las que, en su mayoría anónimos, los redactores enumeraban las 29, 42, 55
“palabras más intraducibles” del mundo. Mero plumaje publicitario, porque
resulta que apenas trataban, somerísimamente, y sin ninguna uniformidad, ocho o
nueve lenguas, incluyendo el inglés y el español y siempre comparándolas,
justamente, con el inglés o el español. No saben lo que hacen, pero eso puede
ser lo mejor.
Para comenzar, me
dije yo, hay que considerar de cuál lengua a cuál otra se hace la traducción
para poder hablar de intraducibilidad. Quién sabe si, por esas carambolas de la
voluntad independiente que parecen tener las lenguas, la palabra menos
frecuente en Siberia resulta tener un equivalente de lo más cotidiano en
Sudáfrica. Puede ser también a la inversa porque los seres humanos apenas hemos
comenzado a conocernos.
He seleccionado
unos ejemplos que me llamaron la atención. Lo más gracioso en algunos casos es
que las definiciones son tan precisas e ilustrativas que parecen revelar
habilidades mayores de las que sus autores confiesan.
En inglés aparecen
palabras como facepalm (‘el gesto de
llevarse la palma de la mano al rostro en un momento de incomodidad o
decepción’), gobbledygook (‘cualquier
discurso en apariencia inteligente pero ininteligible’) y bromance (‘afecto profundo entre dos hombres’). En francés ponen dépaysement (‘desorientación que sufre un viajero en un país extraño’), flâner (‘hacer turismo a pie por las calles de París’ —me entero de que era sólo por París—) y cartonner (‘comentar
una película, un libro o un concierto’). En italiano
encontré culaccino (‘el círculo
líquido que deja un vaso sobre una superficie’), mozzafriato (‘cualquier cosa que nos sorprende hasta el extremo de
paralizarnos’) y struggimento (‘estado
confuso de dolor y ansiedad’).
No puede ser la mar de sencillo traducir estas palabras, pero, buscando un camino para pensar en ellas, me acuerdo de la traducción al español de la novela Sophie’s Choice (1979), de William Styron, cuyo traductor no se detiene derrotada ante los intraducibles, ni siquiera los elude creando notas paratextuales al original, sino que suma al texto que sale de su mano “definiciones” sencillas y de resonancia poética similar a la del autor, armoniosas con él. Donde el narrador pone, por ejemplo, “(...) my father was drinking tea and Kazik was drinking slivovitz brandy and the printer (...)”, el traductor, Antoni Pigrau, dice: “(...) mi padre estaba tomando té y Kazik había pedido coñac slivovitz, ese incoloro, hecho de ciruelas, ¿sabes? En cuanto al impresor (...)”. La historia de Sophie es extensa, pero la habilidad literaria de Pigrau es grande y su aporte no desentona nunca con la prosa de Styron. Hay que nadar mucho para llegar vivo a esa orilla.
Ojalá que, llegada la oportunidad, estos traductores que ofrecen datos semánticos tan sorprendentes y precisos, sean capaces de llegar tan lejos como Pigrau. Al final, quizá el problema de estos redactores de tantas páginas simples sobre la traducción sea que no se percatan de que desperdician su talento. Acaso sucede que no conocen la dimensión de su propio potencial.
emalaver@gmail.com
Año
VIII / Número CCCXI / 3 de agosto del 2020
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