Afiche
de Divorciadas, evangélicas y vegetarianas, de Gustavo Ott, en Argentina |
En el edificio donde vivo no
hay ascensor, y yo vivo en el último piso, por lo que tengo que pasar por todos
los apartamentos, viendo cómo viven los vecinos, porque les encanta tener las
puertas abiertas, como en los pueblos del interior del país.
El quid del asunto es que hay
una vecina que hace dulces y para que el apartamento ‘se ventile’ siempre tiene
la puerta abierta. Ella, una jovenzuela de 19 años aproximadamente, muy
recatada, pues dice ser evangélica (o testigo de Jehová, ya no recuerdo), siempre
tiene una música a to volumen, como
para amenizar su labor dulcística. El problema, bueno, mi problema no son los
decibeles ni la vibración de las paredes y del suelo, sino el famoso tucún
tucún del compañero Camacaro, es decir, el reguetón.
Me parece maravilloso que la
chicuela sea tan jovial, tan alegre, tan trabajadora, tan... bueno, tampoco es
que sea una campana. El asunto es que las canciones las canta a todo pulmón.
Tanto así que hace días la escuché poco antes de llegar a su piso cantando:
“Hagamos el amor por el teléfono”. Me dio muchisísima risa escuchar a una
evangélica vociferar semejante alegoría.
Alguna vez, una estudiante
muy querida me preguntó que si a mí me gustaba el reguetón. Yo le dije que solo
me gustaba si era instrumental, pues para nadie es un secreto que la cuna de
las letras reguetoneras es la sumisión y el insulto al género femenino y la
exaltación del machismo, por lo que las letras no son de mi agrado, de más está
decirlo. Aunque no puedo negar que han salido algunas cancioncitas muy
sabrositas y unas fusiones muy interesantes. La más interesante de todas es el
reguetón con el vallenato (¡eh, avemaría, hombe!).
Es más, lo bautizo como el valletón,
así como el bachatón (bachata con
reguetón).
Sin embargo, luego de la
anécdota con la vecina y de la respuesta que le di a mi alumna, he pensado
tanto en ese fulano ritmo, pues me he dado cuenta de que ni siquiera de manera
instrumental uno puede escapar de la letra, pues sin darme cuenta me encontré
escuchando reguetón instrumental, pero mi cabeza, mi cerebro, mi inconsciente o
mi consciente, mi álter ego, en fin, alguien dentro de mí estaba vociferando la
bendita letra, y no podía ser otra que “Despacito”, escrita además por una
mujer y que la ha cantado hasta el Papa.
La música alegra los
corazones, por lo que no puedo quitarle mérito al bum mundial del reguetón.
Pero no estoy de acuerdo con que ahora todo tenga que ser tucún tucún, por lo
que me alegra toda la alharaca que han hecho los ‘afectados’ por aquello de los
Latin Grammy 2019.
Definitivamente, como dijera
el gran Camacaro: “No importa lo que se haga, las probabilidades de huir de él
son nulas. Aunque no sea de agrado, en algún lugar llegará a los oídos sin
querer, entonces solo queda acostumbrarse a su ritmo y seguir su son”. Des-pa-ci-to...
laurajaramilloreal@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXVIII / 4 de noviembre del 2019
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