Recuerdo que ya hace varios meses le
había mencionado al administrador de estos queridos Ritos que pensaba escribir sobre una de las manifestaciones mágicas
del lenguaje en uso que me parecen más admirables.
Para ilustrar dicha manifestación casi
fantástica recurriré a un mismo objeto que son dos a la vez: la sombrilla o el
paraguas. No es que se trate de uno especial que haga volar a su portador como
el de Mary Poppins, pero es tan mágica su naturaleza, que de lo habitual ya nos
parece natural, que cambia su estado (sin cambiar) así como cambia el clima.
Es preciso que haga mención de algunos
conceptos que nos ayudarán a comprender el fenómeno. Dentro de la semántica,
que es la disciplina lingüística que estudia el sentido, y al lado de la
sinonimia, la antonimia, entre otros, están la polisemia y la homonimia. El
primero explica que un mismo significante pueda tener distintos significados
(por supuesto relacionados con su origen etimológico); éstas se pueden
identificar en el diccionario, por ejemplo, porque tienen una entrada
(significante) y varias acepciones (significados), por ejemplo: cresta. El segundo explica que existen
palabras que se escriben igual (por supuesto con orígenes etimológicos
separados) que tienen significados distintos (por lo tanto, son palabras
diferentes); su presencia en el diccionario se evidencia porque cada homónimo
tiene una entrada independiente; podemos ver el ejemplo de banco (de parque) y banco
(de sangre, que también puede ser de arena, de valores…).
Ahora bien, estos fenómenos nos ayudan
a entender un aspecto, pero no explican la fascinante magia que hay en la dupla
paraguas-sombrilla. Porque no hay, hasta donde yo sé, concepto alguno en
lingüística que explique que un mismo objeto pueda ser otro y que sus
significantes respectivos no tengan que ver entre sí (etimológicamente); lo
mismo con sus significados.
Para ser más ilustrativo, les cuento
que hace unas semanas, antes de salir de mi casa, me preguntaba si sería conveniente
llevarme el paraguas que ya tenía en mis manos. Al ver el sol radiante me dije:
“Mejor me llevo la sombrilla”, y no tuve que cambiar el objeto; ya lo tenía.
Si existe algo que lo explique, por
favor, no me informen; quiero seguir pensando que el lenguaje cambia el mundo
mágicamente.
daniel.avilan@gmail.com
Año V / N° CXLVI
/ 3 de abril del 2017
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