Edgardo Malaver Lárez
Por
lo que he leído recientemente, hay apenas tres países en el mundo cuyos himnos nacionales
no tienen letra, todos en Europa: España, San Marino y Bosnia-Herzegovina. Hay
otros países cuyos ciudadanos no logran cantar sus himnos sin dudar en alguna
estrofa.
Hace
días leí que Bob Marley (1945-81) escribió en 1979 una canción titulada Zimbabwe
para apoyar el bando marxista de las guerrillas que combatían en la Guerra de
Rodesia. Poco después, cuando terminó la confrontación y Marley fue invitado a
ofrecer un concierto en la capital, la canción terminó convirtiéndose en el
“segundo himno nacional” de ese país, que por entonces fue rebautizado,
justamente, Zimbabue.
En
Venezuela tenemos también un “segundo himno nacional”: Alma llanera, de Rafael
Bolívar Coronado (1884-1924), con música de Pedro Elías Gutiérrez (1870-1954). La
canción está contenida en una zarzuela que estrenó el autor en 1914 —la canta
un personaje llamado Rita casi al final— y que el azar (o quizá, más que eso, su
letra vigorosamente llanera) se encargó de meter en la memoria de los
venezolanos del último siglo.
Pero
en Venezuela, todo tiene que ser sensacional e hiperbólico. La semana pasada,
en el metro, un artista ambulante se paró en mitad del tren para cantarnos la
hiperpopular canción Venezuela. Cien voces lo siguieron. Al terminar,
nos dijo que había que poner atención a la “hermosa letra de este poema”, pues
era admirable que los autores, los españoles Pablo Herrero y José Luis
Armenteros, de lejos, habían sido capaces de captar y expresar la belleza de
Venezuela. Más adelante dijo que ésta era considerada “nuestro tercer himno nacional”.
Un
país africano que adopta una canción escrita por un autor caribeño, un país sudamericano
que adopta una canción escrita por autores europeos. Probablemente falte investigar
un poco más, pero ya es suficiente para reflexionar. ¿Será este un ejemplo de ciega
transculturización, de indomable globalización o de enriquecimiento cultural? Ojalá
que sea, al menos, amistad internacional. Lo que sí parece cierto es que cada
uno de los autores ha dado en el blanco con respecto a lo que hubieran podido
esperar los sujetos de su versificación. Marley escribía para animar a una
lucha armada que perseguía tomar el poder, mientras que Herrero y Armenteros
pretendían describir poéticamente una tierra que consideraban favorecida por la
naturaleza (aunque, según el cantante del metro, no la conocían, como no
conocía el cantante jamaiquino lo que entonces era Rodesia). Y, sin embargo...
El
jamaiquino comienza y termina diciendo que todo hombre tiene derecho a decidir
sobre su destino, razón por la cual “arm in arms, with arms, we’ll fight this
little struggle”. ¡Se incluye en el pleito! Como se trataba de una guerra de
tres bandos en la que cada uno combatía contra los otros dos, profetiza: “Soon
we’ll find out who is the real revolutionary”. Les dice you’re right 16
veces, o sea, cada 22 palabras.
Los
españoles, igualmente, hablan de Venezuela como si fuera su pueblo, llevan “su luz
y su aroma en la piel y el cuatro en el corazón”. Además, “entre sus playas
quedó su niñez, tendida al viento y al sol”. Y, tal como lo pide Serrat en Mediterráneo,
desean que el día en que mueran los entierren cerca del mar, pero en Venezuela.
A diferencia de la canción de Marley, que menciona a Zimbabue 23 veces en 45
versos, la de Herrero y Armenteros nombran a Venezuela apenas en dos versos de 32.
¿Por qué los pueblos tienen “segundos
himnos nacionales”? En Guatemala, Luna de Xelajú; en Colombia, La piragua de Guillermo Cubillos; en Italia, Va, pensiero. ¿Acaso será
una cuestión de gusto del pueblo, más que de hechos históricos? Lo curioso en
Zimbabue y Venezuela es que sus autores sean extranjeros, y lo curioso en
Venezuela es que no nos conformemos con dos, sino que tenemos tres. ¿Será
posible que un día tengamos cuatro?
emalaver@gmail.com
Año IV / Nº CIV / 18 de abril del 2016
El "Va, pensiero" es una pieza hermosa. Cualquier italiano que está lejos de su tierra llora al escucharla (me consta). Lo increíble es que fue escrita para una ópera de Verdi que canta la historia del exilio hebreo de Babilonia, pero con el tiempo los italianos la adoptaron como segundo himno.
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