Edgardo Malaver
Hay
muchas formas de vivir el Carnaval. La más sencilla puede ser mirar los toros
desde la baranda. Usted se para en la acera frente a su casa y se llena los
ojos de colores y movimiento. Otra es disfrazarse de algo y unirse a un
desfile. Otra, más costosa, sería viajar a un país en que el Carnaval sea el
centro de la vida de la gente y trabajar todo el año para ganar algún premio
por su traje, su forma de bailar o el tamaño de su carroza.
La
mía es más bien aburrida. Abro el Sol de
Margarita y me encuentro el título “Eligen a la soberana de los mamarrachos”. Es fácil imaginarse que éstos llevarán disfraces disparatados,
extravagantes o incluso feos y mal hechos. ¿Cómo habrá llegado esta palabra al
Carnaval? ¿O será naturalmente carnavalesca y luego saltó al habla coloquial?
Pues resulta que sí. Un mamarracho es una persona cuyo comportamiento hace reír
a los demás, y se comporta así intencionalmente. Según la Academia Española, un
mamarracho es un bufón. La palabra proviene del árabe.
Me
tropiezo a dos parientes que se preparan para los desfiles del Carnaval, y me recuerdan
la mojiganga que hace unos años se organizaba
en Juan Griego. Qué palabra. ¿Mojiganga
no era un bromear constante de los niños que los adultos consideraban
fastidioso? Pues sí, pero en segunda acepción. El diccionario, en primera,
dice: “Obra teatral muy breve, de carácter cómico, en la que participan figuras
ridículas y extravagantes, y que antiguamente se representaban en los
entreactos o al finalizar el tercer acto de las comedias”. La tercera acepción
dice: “Fiesta popular en la que se utilizan disfraces estrafalarios,
especialmente de diablos y animales”. Eso es un carnaval.
Durante
el Carnaval del Renacimiento, especialmente en las noches, como todo valía, los
excesos de la carne no se limitaban a la ingesta, y por eso, según la
tradición, debían usarse máscaras: pasados esos tres días, la vida seguía y no
era cuestión de avergonzarse. La idea de aliarse para salir en comparsas (otra
palabra bien particular) debe haber nacido de la necesidad de apoyarse entre
parientes, entre amigos, entre colegas.
Sin
embargo, la que se lleva el premio a la palabra más enrevesada en el
vocabulario del Carnaval es carnestolendas.
Casi nadie la usa, pero todo el mundo la entiende cuando la oyen la televisión
o la radio. Las fiestas carnestolendas
son los tres días anteriores a la Cuaresma. Es un pluralia tantum que se forma a partir de caro, es decir, ‘carne’, y de tollendus,
del verbo tollere, equivalente a ‘suprimir’.
El Carnaval, en los primeros tiempos del cristianismo, tenía el fin de “eliminar
toda la carne” existente en el entorno, y para ello se permitía el desenfreno
alimenticio, pues el Miércoles de Ceniza debía comenzar el ayuno y la
abstinencia que preparaba para la Semana Santa.
Y
esta práctica de concentrar en tres días del año el fandango y el bullicio, el
exceso y la desinhibición, cubriéndose los rostros para desentenderse de las
consecuencias, no podía carecer de un conductor. Y así, quién sabe si el pueblo,
quién sabe si los poetas escogieron a un personaje mitológico de la Grecia
antigua para que desempeñara esta función: Momo, el dios de la burla, de la
ironía, de la crítica ridiculizante. Hijo de Nicte (la Noche) sin intervención
masculina, Momo se ganó la enemistad de muchos de los dioses del Olimpo a causa
de sus ingeniosas críticas y crueles burlas. Un día fue expulsado del panteón por
esa razón y había estado desempleado desde entonces hasta que se le encargó ir
al frente del jolgorio del Carnaval.
No
deja de ser una forma de vivir el Carnaval, aunque sea sólo como metáfora del imperio
de la morisqueta.
emalaver@gmail.com
Año III / Nº XCIV / 8 de febrero del 2016
Muy bueno. Cada día se aprende algo nuevo como la etimología de la palabra "carnestolendas". Ahora no me "sabe" igual. LTAS
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